Jean Echenoz no mete ruido. Tampoco aparece y desaparece, como Michel Houellebecq. No se muestra altivo ni busca el foco permanente. Su trabajo de orfebre, maestro de la precisión, requiere de pocos aspavientos y escasas salidas. Vive en Pigalle, distrito nueve, París de aromas y escasos sobresaltos. Allí, en un piso tomado por papeles, trabaja sus complejas obras con tejidos sencillos. Aporta y elimina, recrea los detalles de lo esencial, como ha hecho en 14 (Anagrama), un artefacto de perfecta concisión en el que a lo largo de apenas cien páginas nos ofrece el panorama de la I Guerra Mundial. Igual que hizo antes con el comunismo a través del trasunto de un atleta como
el checo Emil Zátopek en Correr o con la sensualidad de un músico como Ravel en la novela del mismo nombre. Escritor fundamental de la Francia presente, se deja caer con su cigarrillo liado y su gusto por la discreción en el
Festival del Humor bilbaíno. El barroquismo del Guggenheim contrasta con su capacidad de síntesis.
¿Por qué necesitamos hoy más que nunca la sencillez? ¿Es esa la clave de su estilo? Yo intento escribir con imágenes, dentro de un método visual, pero construyo imágenes. Empleo un método que mezcla la imaginería con el lenguaje.
Para esa técnica, usted no se conforma con que la forma y el contenido converjan. Por ejemplo, se presta mucho más a su impronta un compositor como Eric Satie que Ravel y, sin embargo, le dedicó un libro a este último. Bueno, yo adoro a Satie y, quizá, es cierto, vaya más su música con mi forma de contar, puede que sea más ligero.
¿Minimalista…? Bueno, es que yo no estoy muy a favor de ese concepto, no sé qué significa en realidad. Tampoco es que me dedique al barroco, pero el minimalismo, yo lo identifico con una manera de hacer inútil. Quizá buscan una precisión ausente de detalles, por eso me resulta un tanto vacía. Yo intento siempre dirigirme a cualquier cosa que me pueda parecer importante evitando adverbios, pero prestando atención a los detalles.
El barroquismo es algo lleno de detalles y a usted no le veo ahí. Es que los barrocos emplean detalles decorativos, de ornamento.
Sin embargo, en usted, ¿son la clave, una especie de metáfora constante de la idea que desea transmitir? Sí, porque un detalle puede marcar la esencia. Una metonimia que viene de cualquier situación simple, una señal crucial que podemos encontrar en un vestido y que significa muchísimas cosas. La elección de un tipo de té concreto puede desvelarnos muchísimas cosas, puede definir un personaje mucho mejor que cualquier psicología, eso no me interesa nada por ejemplo.
Me interesan los detalles, pero la psicología de los personajes, nada”
Pues yo encuentro bastante psicología en sus libros. En Al piano, concretamente. Ese músico que se rebota cuando se topa con una estatua de Chopin, por ejemplo. Bueno, ahí sí. Porque la novela está construida a partir de la estructura mental de un artista, de su locura, su perfeccionismo, su pavor. Pero desde un punto de vista orgánico, físico. Los pianistas, o los intérpretes, en su amplio sentido, teatral y musical, a diferencia de los pintores o los escritores, exponen sus sentimientos en público. Los reparten ante un auditorio y eso es muy singular. Pero la psicología no la encontrará hurgando en la cabeza de quienes aparecen en mis historias, sino en lo que les circunda, en sus propios objetos, incluso.
Nada de realismo a la antigua usanza, aunque usted reconoce a muchos maestros en ese campo. Sí, claro. Escritores como Gustave Flaubert, que puede no resultar muy original, pero que para mí y para muchos, aún es la referencia, incluso hoy, en el presente.
Cuando nos referimos a la importancia de las imágenes en su caso, ¿hablamos de quietud o de movimiento? Soy incapaz de contar nada si no me he construido mentalmente una imagen. Y en esa fabricación prima la retórica del cine. Es como si me dominara un empeño en fundir ambas artes. El cine responde a una gramática, a un montaje de iluminación y sombra. Me empeño en traspasar todo eso a la novela.
Correr, su libro sobre el gran atleta Emil Zátopek, busca constantemente el movimiento. La carrera. En 14, para describir la I Guerra Mundial, elige un paseo en bicicleta, un travelling. Eso es, exactamente. Pero son imágenes que se yuxtaponen, se mezclan entre sí. Y me gusta que ocurra con palabras, en una narración.
¿Empieza con imágenes pero continúa y acaba con una preponderancia de palabras? ¿Cómo se acopla ese maridaje a su creación? Hay una medida que no responde a proporciones concretas. Los principios de mis libros nunca resisten cuando los termino, los cambio. El capítulo uno, cuando comienzo, suele pasar a ser el segundo cuando he terminado.
He ahí la clave de la yuxtaposición. ¿Planifica obsesivamente? Pues no sé, quizá sí. Las líneas no son fijas, pueden volar en función de que se me aparezca una situación nueva, un personaje que se cuele, construyo de manera progresiva. Improviso, pero organizadamente, no sé si me explico.
Improvisa pero luego mete la tijera, ¿mucho? Sí, sí, sí. En esos trances espontáneos no dejan de aparecer inutilidades.
¿Es como escribir al revés? Escribir y aniquilar al tiempo. Obsesivamente, porque la espontaneidad te engaña. De repente se te ocurren cosas que te pueden parecer acertadas, incluso placenteras por impulso, pero que al final no encuentras manera de encajar. Cuando tratas de describir una situación intentas plasmar los máximos elementos posibles, pero al releer te das cuenta de que sobran varios: lo que flota, hay que hacerlo desaparecer.
Para mí la precisión es la verdadera fiesta, un cristal”
Un exterminador de frases. Un SS del lenguaje. Bueno, no aplico siempre esa solución, pero desconfío de esos arrebatos, de esas excitaciones.
¿No le asusta el fracaso de la precisión? No, para mí la precisión es la verdadera fiesta. Con ella podemos dar idea exacta de la tristeza y la felicidad. Es un cristal.
¿Por qué le obsesiona hallarla? ¿Encuentra demasiada confusión? Porque me encanta, por puro placer.
¿También como una forma de ver el mundo? ¿Una convicción estética, moral? Pues sí, es una especie de moral, de obligación también.
¿Puede llegar a torturarle? Cualquier placer puede tornarse fácilmente en dolor, lleva su parte.
¿Por qué le dio por escribir un libro sobre la guerra de 1914 cuando iban a aparecer toneladas de ellos? Por azar, fue un accidente. Un día me encontré con unos papeles de familia, el testimonio de un soldado, pariente de mis padres, que leí por curiosidad. A través de ellos comprendí mucho mejor un buen número de cosas complejas. Empecé a interesarme por el asunto, pero sin la intención de acabar escribiendo un libro. Me adentré en el tema con lecturas de historia y novelas, memorias y partes de combatientes, cartas… Pero se trataba de una obsesión personal, no un proyecto. Un buen día, comencé a escribir algo y justamente me di cuenta de que se trataba de un gran acontecimiento sobre el que yo podía intentar algo sencillo a base de detalles pertinentes.
Es que al ver que no llega ni a cien páginas, es fácil pensar de entrada: aquí llega el señor Echenoz a mostrarnos que los asuntos más descomunales pueden resumirse en algo fundamental. Pues, sí. Un texto breve que se aleja de la óptica de un historiador para darle voz a un soldado raso.
¿En qué aspectos no hemos progresado nada en Europa desde aquella época? La guerra de 1914 es la primera guerra industrial, la primera barbarie de masas y técnica. Por más que nos sofistiquemos, el salvajismo siempre nos va a circundar.
Dice Ken Follet en su trilogía sobre el siglo XX de más de 3.500 páginas que algo hemos mejorado. Ah, ¿sí? Pues yo no estoy seguro. No lo creo, de verdad. No es que deba meterme en debates históricos ni filosóficos, pero es que no creo que estemos mejor, en absoluto. El nacionalismo persiste, por ejemplo.
Tampoco hemos aniquilado algunos de los virus que dieron lugar a la II Guerra Mundial, con el ascenso del populismo en Europa. Es que, aunque muchos traten de sugerir que no tiene que ver, la historia se repite de la misma manera.
Y en Francia, concretamente, ¿cómo es posible que la historia pueda repetirse con un personaje como Marine Le Pen? Eso requiere ser un experto en sociología francesa, y yo no me siento capaz de entenderlo.
Pues pasemos a la precisión, en eso sí que es un experto.Deprimente. Una depresión que llega del miedo, pero tampoco es algo específicamente francés. Me aburre hablar de la Francia actual, no le veo sentido a hacerlo porque no encuentro que pueda aportar nada útil. Pero no creo que debamos aislarlo del resto de Europa. El ascenso de esos extremismos ocurre en todo el continente, menos en España.
Jean Echenoz
Orange, 1947. Hijo de un psiquiatra, criado en un ambiente cultural rico, con abuelos aficionados al piano y sociólogo de formación, comenzó a colaborar con el diario L’Humanité antes de lanzarse a su carrera literaria. Su primer libro, El meridiano de Greenwich, apareció en 1979. Desde entonces, ha publicado 15 novelas, entre las que destacan Me voy, Premio Goncourt en 1999, así como Cherokee, Lago, Al piano, Correr, Ravelo Relámpagos. Estas tres últimas son novelas construidas en torno a tres biografías, la del músico francés, la del atleta checo Zátopek y la del ingeniero Nicola Tesla, y componen una trilogía. 14es su última obra y aborda la I Guerra Mundial.
En España crece, pero al contrario. Lo que nos ocurre en Francia nos parece escalofriante porque no hemos vivido esa presencia directa de la extrema derecha tan cerca del poder, pero ahí los tenemos, en el país de los valores igualitarios, de la revolución. Muy deprimente.
Seguro que de ahí le pueden surgir muchos detalles nada ornamentales para simbolizar algo. ¿Buscaba eso en Emil Zátopek cuando escribió Correr, un símbolo algo inconsciente en contra del totalitarismo? No, tampoco. En ese libro quise involucrarme en un asunto que tenía que ver con un tema nada dominado por mí: el deporte. Y él me fascinó. No hay grandes libros sobre el atleta checo. Tuve que adentrarme en la prensa deportiva de la época.
¿No lo vio competir en YouTube? Hay vídeos. Pues no, pero lo vi en fotos, lo aprecié por crónicas. Él era un héroe deportivo, pero, además, me di cuenta de que fue un emblema político en la antigua Checoslovaquia, y eso me parecía que debía afectarle profundamente.
Pero también encarna la metáfora perfecta de quien huye de algo sin ser consciente exactamente de qué. También. Pero las metáforas van adhiriéndose después a la idea inicial de lo que trabajo. Son un efecto posterior que, sin duda, enriquece todo.
¿Le despistan mucho las reacciones de sus lectores? Bueno, son consecuencias que no puedo controlar. Las ideas crecen. De la forma o de un contenido aparentemente extraño se derivan conclusiones políticas o artísticas o sociológicas muchas veces imprevistas, de las que puedes quizá sospechar, pero no siempre.
Algunas respuestas le parecerán cómicas, imprevistas…Cada lector es un mundo y escribe dentro de sí su propio libro. A mí me interesa eso. Tiene todo el derecho de hacerlo suyo, me resulta algo genial. Lo malo es cuando cambian detalles objetivos, hasta el sexo de los personajes, aunque me fascina que los libros puedan convertirse o adaptarse o transmutarse en lecturas imprevisibles dependiendo de la experiencia que les aplican quienes los leen.
¿Lo artesanal precede en gran medida a lo creativo en su caso? Desde luego, y me encanta preparar bien mis historias previamente, como un mismo proceso de la escritura. La preparación es fascinante. Aunque sea incluso inconsciente de partida, como me ocurrió con 14.
Los procesos de la escritura se diferencian claramente. ¿La preparación puede resultar tan apasionantemente creativa como la redacción misma? Sí, por qué no. Aunque hay veces que he comenzado directamente a redactar los libros. Para Ravel, siempre tuve en mente la primera escena. Me parecía evidente que debía comenzar de una determinada manera. Sabes qué quieres decir, además, pero no cómo. Después empecé a prepararla.
Insisto en que encuentro más propios de usted a músicos como Eric Satie o Debussy, si quiere, que a Ravel. Viene de infancia. Lo admiro desde niño. Sobre todo su obra para piano, también me fascina Stravinski.
¿Qué une la estructura musical a la literaria? ¿Encuentra conexiones pese a tratarse de lenguajes diferentes? Bueno, yo trabajo mucho el sonido de los textos. No puedo controlar eso demasiado en el proceso de las traducciones, aunque en algunos idiomas sé que suenan igualmente bien. Encuentro muchas equivalencias, pero ante todo trabajo profundamente esa faceta.
¿Sigue mucho el panorama literario francés del presente?Sí, sí. Lo encuentro muy vivo.
¿Y arriesgado? Puede ser, en referencia a otros países europeos, puede ser, pero no con respecto a otros momentos. Nos ocurre de manera cíclica, pero no permanente. En cuanto a las preocupaciones de forma, el ciclo se da cada 30 años, más o menos. A finales de los sesenta, principios de los setenta, comenzó una corriente más teórica, más reflexiva que descriptiva. Ahora nos deslizamos en varias corrientes.
Sí, pero incluso las más atrevidas buscan el reconocimiento de un público amplio. ¿Puede que sea eso lo que marca hoy la diferencia con generaciones precedentes? ¿Un riesgo que no espante al público, sino que lo integre? En mí siempre ha primado el deseo de ser legible y de provocar un amplio entendimiento y acogida. No me gustan las posiciones cerradas en ese sentido. En la literatura debe primar ante todo el placer del lector.
La Francia de hoy con la extrema derecha
es deprimente”
O al menos no mostrar soberbia. Estar en el mundo y sentir que comunicas ese deseo de reflejarlo, sin que ello haga desmerecer a las vanguardias que emprenden búsquedas insólitas.
¿Qué lee? De todo, aunque poca poesía.
¿Qué busca en el cine? Voy ya muy poco, me conformo o me sirve la formación clásica que he tenido durante años. El cine de hoy no me produce la ansiedad devoradora que tenía hace 30 años. Quizá entonces, además de placer, buscaba en él verdades reveladoras. Ahora sólo me conformo con lo primero, noto mucho la diferencia en ese sentido.
¿Qué escucha? Schubert.
¿Sólo? A Schubert y al resto, pero son eso, el resto.
¿Cómo es su vida? ¿Ermitaña? Bueno, no tanto. Aunque salgo poco. No es que me aleje de mi barrio, el distrito nueve, por Pigalle, y huyo de los círculos literarios.
¿Le da alergia el París más alejado del aroma antiguo? ¿Cómo definiría su barrio? Un barrio normal, con su mercado, sus puestos de siempre, previsible. Para quienes no viven ahí alienta una imagen romántica que quienes residimos allí no sentimos. Tiene una arquitectura…
Ya, ya, la arquitectura podemos conocerla, pero lo que interesa es la vida, perdone. Normal, previsible, me sienta bien orgánicamente.
¿Es usted lo que podríamos definir como un parisiense medio? Ni idea, tampoco me veo tópico. Me guío por impulsos sencillos. Disfruto de mi vida con mi mujer, de mis nietos, ahora. La previsibilidad en el aspecto personal me lleva a escribir con calma de temas ardientes como el amor, también, algo que por más que lo quieras esquivar, aparece en todas las novelas del mundo. Se presenta ahí, sin discusión, y debes explorarlo aunque sea manido.
¿Busca incesantemente la originalidad? ¿Le da miedo no llegar a ella o prefiere mostrarse auténtico antes que original? Para mí, es lo mismo. Cada forma específica tratamos de que parezca auténtica, se unen indefectiblemente, y eso conforma la voz personal.
¿Cree haber encontrado una voz insólita? Es el trabajo el que la va perfilando, un cometido que no termina jamás en ese sentido, que va armándose por eliminación de ciertos elementos, por conveniencia de otros. No es algo evidente, que te llega dado, debes ir buscándola cada día.