domingo, 25 de octubre de 2015

EL SILENCIO DE GOETHE. Antonio Priante

A raíz de la presentación de “El silencio de Goethe o la última noche de Arthur Shopenhauer” que tuvo lugar el pasado 13 de octubre en Llibrería Documenta y a la que asistimos con cariño algunos de nosotros, he revisado mis notas sobre una breve presentación, que a su vez hicimos en nuestra tertulia, la noche que tuvimos el placer de comentar esta interesante novela:


Lo primero que se me ocurre cuando termino “El silencio de Goethe” es si estamos ante una novela sobre los últimos dias del filósofo Arthur Schopenhauer o bien ante un ensayo divulgativo del pensamiento de este filósofo. La segunda cuestión que me planteo es donde acaba la voz de Schopenhauer y empieza la voz de Priante ya que ambas se entremezclan con tanto acierto que nos cuesta discernir entre ficción y filosofía. Evidentemente en las últimas 20 páginas la narración cede terreno al conocimiento con la intención de aproximar al lector a la obra de este gran pensador y de su teoría filosófica.

Es un libro fácil de entender, pero no fácil de leer si se quiere captar la esencia de conocimiento compendiada en estas 140 páginas y por tanto requiere, o una lectura lenta y reflexiva de cada linea, o una doble o triple lectura.

Que es una novela, no cabe duda, y supongo que ahí es donde se encuentra mayoritariamente el trabajo de Priante. El relato del filósofo hablando consigo mismo o con su perro Butz haciendo balance de su vida ahora que empieza a vislumbrar que está llegando el final, resulta interesante, divertido, elegante. Conocemos el carácter y la personalidad de Schopenhauer a través de estas conversaciones y nos resulta tan creíble que nos parece que es el propio filósofo el que está hablando y que el novelista se ha limitado a recomponer las notas de algún diario secreto del mismísimo Arthur y lo ha utilizado para fantasear sobre este sesudo personaje tan de carne y hueso.

Las características de su personalidad se muestran de forma mucho más vehemente en la juventud y no son ciertamente demasiado halagüeñas. Nos parece un hombre egoísta, inmaduro emocional, mesiánico, prepotente. Nadie está a su altura, él es el único poseedor de la verdad absoluta, aquella que nace del genio creador que solamente poseen determinadas personas gracias a su intelecto y también a unas circunstancias especiales, ya que el genio para desarrollarse ha de estar libre de ataduras materiales y emocionales.

En ningún momento se cuestiona a si mismo la importancia o la validez de su razonamiento. Llega al final de su vida viviendo en una soledad sinceramente buscada y aceptada, sintiéndose razonablemente satisfecho consigo mismo. Mantiene hasta el final, y. con los ánimos ya calmados como corresponde a su edad, una visión pesimista del mundo así como la permanente e inquebrantable determinación de la voluntad que perpetua la necesidad de continuar a costa de lo que sea y cuya única forma de liberación se halla, momentáneamente en el arte, y de forma irrevocable en algunas almas cuando alcanzan un estado sublime de separación de lo real y lo terrenal.

De su desprecio no se salva nadie pero el principal objeto del mismo son los intelectuales: académicos, universitarios, y el grupo de filósofos. Según sus palabras, son vulgares bípedos que se dejan arrastrar por las corrientes de modernidad, o de patriotismo, o por su necesidad de medrar. La relación con la madre es conflictiva y quizá de ella deriva su misogínia. Compara el colectivo femenino con otros subgrupos de la especie, si bien reconoce que individualmente se pueden encontrar ejemplares válidos e incluso excepcionales.


Con todos estos antecedentes nos podría parecer un hombre antipático y desagradable, sin embargo, la maestría del escritor hace que nos parezca simplemente humano, sujeto a las mismas tribulaciones y las mismas pasiones que cualquier mortal. La especial relación con la madre le mantiene en un prolongado estado de inmadurez. La figura del padre, a veces incluso confundida con la de Goethe, es valorado como progenitor, cabeza de familia, buen gestor en su ámbito, hombre admirado y querido. Pero por encima de todos, el poeta Goethe, único pensador con el que mantendrá durante toda su vida una infantil y frustrante dependencia emocional al no conseguir una opinión aduladora de toda su obra y principalmente de “El mundo como voluntad y representación”, aunque esta frustración, según palabras del propio Antonio, responde más a la imaginación del autor y al leit motiv de la novela que a fuentes documentales veraces.