lunes, 29 de septiembre de 2014

EN DEFENSA DE LA LECTURA "TENEMOS QUE HABLAR DE KEVIN"


  1. La narradora es un ejemplo hábil y elaborado de lo que suele llamarse "narrador poco fiable" o "narrador mentiroso": un narrador que cuenta una versión de los hechos que está (por lo menos) tres escalones por encima de la subjetividad, llegando a constituir un auténtico relato paralelo respecto de lo realmente acontecido. Más allá de las formas comunes de entender qué es y cómo debe ser representado un Narrador Poco Fiable (un tarado con un ojo mirando a venus y el otro a marte, que suelta espumarajos infectos por la boca), el hecho de que un narrador no parezca estar loco, no quiere decir que esté diciendo la verdad. Es más, el hecho de que el narrador NO ESTÉ loco no quiere decir que diga la verdad. Incluso el hecho de que un narrador pueda estar cuerdo y sano y resultar brillante y apasionado en su relato no es garantía de que esté diciendo la verdad (por ejemplo:¿ en serio es posible ver el mal, o mejor dicho, El Mal, en un recién nacido que te rechaza el pecho?)
    A algunos de vosotros la novela os ha resultado poco verosímil por la perfección e inquebrantabilidad de la la maldad de Kevin desde el mismo momento en el que nace.
    Claro. El problema es que os la habéis creído. Y aquí César tiene razón y no la tiene: la maldad inicial del niño es inverosímil, cierto, pero es inverosímil, precisamente, porque NO es cierta.
    Kevin, recién nacido, es un bebé. Kevin, con dieciséis años, es un asesino. Entre medio, lo que hay es una historia de miedos y turbaciones, y, sobre todo, una guerra.
  1. La narradora considera que el efecto que la presencia de Kevin tiene en su vida es monstruoso y destructivo. Rompe su independencia y su vida de viajes, convirtiéndola en una "cambia-pañales" profesional, una mujer encerrada en casa (lo peor que le podría pasar a a alguien que concibió su propia vida como una lucha contra los miedos de su madre, obligándose a sí misma a viajar y a vivir aventuras, a no quedar nunca encerrada como su progenitora); rompe su matrimonio, convirtiéndolo en un juego de mamá y papá del que además se siente excluida (la protagonista siente que su marido ha cambiado la percepción que tenía de ella, y le siente más lejano desde que nació Kevin); rompe la imagen que tiene de sí misma, convirtiéndola en alguien que no quiere ser.
    "Lo que Kevin le ha hecho a mi vida es monstruoso y destructivo, ergo, Kevin es un ser monstruoso y destructivo".
  2. Los hechos relatados en las ciento y pico primeras páginas de la novela, narrados por otro narrador—o mejor aún, SIN narrador; los hechos puros y duros—son minucias. Actos normales, cuestiones sin importancia, comportamientos propios de cualquier bebé. No hay nada pérfido en los actos. Todo lo pérfido está en la lectura que se hace de ellos. Haced, si no, la prueba. Leed las acciones que el bebé lleva a cabo sin una voz que les atribuya desde el principio no sólo una intención—os recuerdo que hablamos de un bebé—si no una intención malvada, destructiva.
    Es imposible que la narradora vea El Mal en su hijo desde el mismo momento en que, recién nacido, se lo ponen sobre el pecho. Ahí, lo que realmente comienza, es una construcción de sentido hecha por el emisor, no por el receptor, que acabará configurando la personalidad de Kevin, configurándola en forma de reto/guerra con su madre.
  3. La narradora se esfuerza, según sus propias palabras, por ser una buena madre. Se refiere, obviamente, a los hechos puros, a las acciones propias de una buena madre. Pero su falta de empatía para/con Kevin roza lo monstruoso. Más allá de sus actos, lo único que puede sentir—y relatar—a nivel emocional es su propio miedo. Ella atribuye el origen de ese miedo a los actos y las intenciones de un bebé de meses.
    Ya, claro.
    Como (supongo) muchas otras madres, la narradora siente celos. Pero sus celos son sospechosamente unidireccionales. Sólo está celosa de que la visión que su marido tenía de ella haya cambiado de "mujer" a "madre" (hecho para el cuál no estaba preparada) y de que su marido parezca formar una unidad más fuerte con su hijo de la que forma con ella misma. No está celoso de que Kevin pueda querer más a su padre. Está celosa de que su marido quiera a Kevin de una forma en que no la quiere a ella. Kevin es una interrupción de su relato amoroso.
  4. La narradora admite ser incapaz de amar a Kevin (no puede amarlo, como ya se ha dicho, por lo que éste representa: el fin de su vida tal y como ella la había diseñado y vivido). Llega entonces a desear que el niño estuviera tullido o que padeciera alguna enfermedad extraña y complicada que pudiera despertar en ella compasión, un sentimiento que sí está preparada para albergar. En el único momento en la novela en el que el niño enferma seriamente, brotan, fíjate qué casualidad, los sentimientos. No sólo los suyos, también los de Kevin. De repente el niño emite en una frecuencia distinta que la madre sí capta, fluyen los sentimientos e incluso se tejen breves complicidades. La narradora no profundiza (y apenas vuelve a hacer referencia) al extraño caso de Los Sentimientos Mutantes Del Pobre Chico Enfermo.
    Repitamos la secuencia a cámara lenta: la narradora llega a desear que Kevin esté tullido o seriamente enfermo para poder quererlo. Cuando el niño cae de verdad enfermo, el psicópata que ella ve en él mágicamente desaparece.
    Ya, claro.
  5. La narradora está en guerra con lo que ese niño representa para ella. Ella misma hace constantes referencias a ello. Usa terminología militar y de combate para describir el avance y los sucesos en la relación con su hijo. Lo hace con extrema frecuencia. Llega incluso a desear tener y concebir—y relatar—a su propia hija como un aliado en esa guerra (¿a nadie más le escandaliza esto?). Kevin conceptualiza a la recién llegada de la misma manera que su madre, pero desde el bando contrario. No es su hermana, es un soldado raso (y bastante patoso) del otro bando, y como a tal la va a tratar.
  6. Que la psiquiatría diga que un sociópata nace (no se hace) no es un argumento válido para el análisis de la novela. Eso es sencillamente leer desde un marco de conocimiento externo, distinto al que propone la novela. Hasta donde sé, la ciencia (e incluso yo mismo) puede demostrar que el ser humano no tiene los componentes físicos adecuados para volar. Sólo hay que coger a un puñado de gente y arrojarla desde lo alto de un terrado para comprobar que esto es cierto. Pero en Cien Años De Soledad, un cura se eleva varios centímetros del suelo por el efecto que tiene sobre él un tazón de chocolate caliente, y una mujer joven sale volando agarrada a una sábana mientras tiende la ropa. Y no, no vale aferrarse aquí al argumento de "es que eso es Realismo Mágico". Se trata de una novela. En una novela sucederá lo que el autor de la misma proponga que suceda, y mientras se mantenga fiel a sus propias propuestas (y estén éstas bien construidas), la verosimilitud de la historia no tiene porqué verse afectada. Lo que quiero decir con esto es que la respuesta al desarrollo psicológico de Kevin está dentro de la propia novela. Está en las pistas, las claves, las señales que la propia autora esparce por el texto.
    Aún diré más: Kevin NO es un sociópata. Cuando cae enfermo (fragmento al que he hecho referencia antes), y la narradora nos permite por fin acceso a los sentimientos (los de ella hacia él, y los de él en general), ella misma comenta, al ver a su hijo tan distinto, "lo costoso que debe resultarle mantener siempre esa máscara fingida de total indiferencia", dando a entender que ella misma se da cuenta de que por debajo del Orden Realmente Existente De Las Relaciones Establecidas, Kevin SÍ tiene sentimientos, que hay una persona diferente respirando en las profundidades de la máscara que su hijo lleva puesta a todas partes.
    Algo similar sucede en el final de la novela, cuando la guerra entre ambos personajes ha terminado y Kevin—cogido de la mano de su madre;entregando el ojo de cristal símbolo de su maldad en una cajita que no quiere volver a ver—se resquebraja.
  7. Es absolutamente inverosímil que cuando Kevin desfigura y hace perder un ojo a su hermana pequeña, la narradora no coja a su hija y desaparezca. Sus argumentos y justificaciones para quedarse—comparados con el peligro existente—tienen la ligereza y la superficialidad de un globo inflado con helio. No sirve tampoco el argumento de "después de todo, es su madre". Ella también es madre de la pequeña, y si Kevin es el monstruo psicopático sin fisuras que ella relata su decisión no sólo es irresponsable, también es incomprensible. Mirado desde una perspectiva distinta a "estoy en guerra con lo que Kevin representa (estoy en la pura no aceptación de lo que él supone para mi vida) y éste no es más que otro episodio en esta guerra" su reacción es tan extraterrestre que—aquí sí—la verosimilitud de toda la novela se acerca al abismo.
  8. Kevin no mata a la narradora. Mata al resto de su familia pero a ella no. Es obvio que considera (creo que acertadamente) que lo que él hace es en el fondo una parte de algo mayor que los incluye a ambos, narradora y Kevin. "cuando uno hace un espectáculo, no se carga al público", en palabras del propio Kevin. El acto está dirigido a ella. Es para que ella lo vea. Es, a la vez, contra ella y para ella. (no pasar por alto que Kevin insinúa e incluso echa en cara a la narradora que ella nunca quiso tenerle).
  9. El final de la novela: tras todo el horror, con su vida destruída y ninguna posibilidad de recuperarla—cuando, paradójicamente, Kevin es lo único que queda de su antigua vida—la narradora admite estar dispuesta a "rendirse", y a "empezar a quererle". De nuevo, tenemos mágicamente acceso a los sentimientos de Kevin. El muchacho se ablanda. Admite tener miedo (¿de qué había tenido miedo hasta ahora?). Coge la mano de su madre. Hace confidencias que hasta entonces la narradora parecía no merecer. Se quita de encima (con horror por tenerlo aún) el ojo de cristal de su hermana. Hace una burla que la propia narradora dice que parece más contra sí mismo que contra ella. Admite/manifiesta culpa por los actos cometidos al contar que el ojo de su hermana "parece estar siempre mirándome", llegando incluso a afirmar que no puede soportar la presencia de dicho objeto en su habitación. Asistimos, por tanto, a una nueva escena de proximidad entre la narradora y Kevin, similar a la del periodo en el que Kevin estuvo enfermo (aunque no en el mismo orden que la vez anterior, la autora vuelve a juntar manifestaciones de sentimientos de los personajes con situaciones en que la narradora afirma estar dispuesta a conectar con esos sentimientos. Aunque en este caso la confesión de Kevin es previa a la frase "quiero aprender a quererle" de la narradora, ambas vienen casi seguidas, y es obvio que la narradora lleva tiempo acercándose a Kevin de una forma distinta, y no es casualidad que la autora, por segunda vez, junte contextos de aceptación de sentimientos por parte de la narradora con manifestaciones de sentimientos por parte de ambos personajes).
    La guerra entre ambos ha terminado. Hasta tal punto ha terminado que cuando la narradora le pregunta a su hijo que porqué hizo lo que hizo, él contesta algo como "lo sabía, pero ahora ya no estoy seguro". Es decir, se encuentra ahora en un contexto en el que aquel acto ha dejado de tener sentido. Es un acto fuera de lugar. La guerra hace ya tiempo que ha terminado.
  10. La narradora acepta la culpa desde el principio, pero no acepta los hechos (los hechos vistos desde fuera de su propio relato)Son dos cosas distintas. Dice que ha sido una madre demasiado fría, se culpa por ello, pero su relato es siempre el de la descripción de un ser monstruoso, por el que ella ha hecho todo cuanto ha podido. En el relato de los hechos que hace ella no parece que su frialdad haya sido determinante a ningún nivel para la conformación de la personalidad de su hijo, ni que tenga nada que ver con los actos que éste comete al final. A este respecto, la narradora no acepta la otra versión de la historia que se cuenta en la novela (el contrapunto su marido), e incluso la ofrece de una forma en la que todos acabamos pensando "pero qué tonto es este señor que está casado con ella". Quizá Franklin, el marido, no sea la persona más inteligente del mundo, pero es probable que tampoco sea tan idiota. Quizá lo que Franklin no acierte a ver no sea que su hijo es un sociópata con el potencial de estallido de una bomba nuclear. Quizá lo que realmente no acierta a ver—porque no lo acepta—sea la transformación que lleva a cabo su hijo a medida que crece, y que acaba convirtiéndolo en un asesino insultantemente seguro de sí mismo. Quizá Franklin empieza la novela teniendo casi toda la razón, y la acaba estando equivocado por completo.
  11. Dentro de la lógica bélica de la novela—sé que esto puede resultar escandaloso, pero para qué estamos aquí si no—Kevin no va del todo desencaminado cuando recrimina a la narradora que quiera "asumir la culpa" por los asesinatos. "No sé porqué habrías de llevarte tú todo el mérito", dice Kevin, que considera, en ese momento, no mucho después de cometer los crímenes, que es él quien ha ganado la guerra. Para él, capitalizar la culpa es igual a atribuirse el mérito.
  12. No olvidemos el hecho de que la narradora le escribe las cartas a una persona ya fallecida. Si bien esto puede explicarse desde la lógica del estrés post-traumático—y si bien es cierto también que no deja de ser un giro narrativo/final sorpresa de los de toda la vida—no es menos cierto que es también otro posible indicador de que la narradora que cuenta la historia no es la persona más fiable y equilibrada del mundo.
  13. Un apunte que no sé cómo transformar en un argumento válido dentro de esta exposición, pero que me fascina lo suficiente como para incluirlo de todas maneras: la madre de la narradora, después de haber vivido a gran escala y a escala cotidiana algunos de los horrores sangrientos con mayúsculas de la historia de la humanidad, queda recluida en su propia casa, con un miedo a salir al exterior que resulta invencible para ella. La narradora, educada en el centro de ese miedo y absorvida por él, concibe su vida como una huída de/lucha contra ese miedo. Se obliga a viajar, se obliga a vivir aventuras, se obliga a escapar del que considera su destino. Se obliga a no ser como su madre. La presencia de Kevin recluye a la narradora en casa y la narradora proyecta su propio horror (el horror de lo que la presencia de un bebé hace en su vida de "viaje + vuelvo a casa y Franklin me abraza") sobre el niño. El niño acaba provocando una masacre de una maldad y proporciones que no sólo confirma los peores temores de la narradora sobre Kevin, también los peores temores de la madre de la narradora sobre la humanidad. Es fantástica la escena en que la narradora habla con su madre sobre lo que, en ese momento, acaba de suceder (el asesinato múltiple, incluyendo a su marido y su hija) y la madre de la narradora, lejos de entrar en pánico, parece confirmar para sí misma cosas que ya sabía. Se diría que se siente casi recompensada en sus temores, como alguien a quien, en el fondo, después de tanto tiempo, acaban de darle la razón.
    Viva la literatura.
  1. No tenía intención de alargar esto echando mano de argumentos personales, pero ya que he escrito un texto casi tan largo como la propia novela para explicar mi lectura de la misma, no creo que ahora nos venga de ahí. Reconozco los mecanismos de lectura de la narradora—reconozco su forma de leer a otra persona desde un marco desde el que lo único que buscas es confirmar tu opinión sobre esa misma persona—de esa manera en la que sólo un tramposo puede reconocer a otro tramposo. Como cualquier persona con tendencia a la fabulación, puedo ser un fantástico Narrador Poco Fiable de mi propia vida.
    Para no extenderme (mucho) más, explicaré un único ejemplo, propio de un proceso bastante común y en el que la mayoría de nosotros podrá sentirse reconocido. Cualquier persona, al llegar a la adolescencia, sufre una serie de procesos de cambio que alteran su visión del mundo y su posición en el mismo. La importancia desde la que uno se ve y mira es distinta, y tiende a abrirse una etapa de conflictos con la Autoridad Realmente Existente, es decir, con los padres, que son el criterio mayor y prácticamente único que hasta entonces ha regido tu vida. Tu vida pasa de una (lógica y necesaria) monarquía absolutista a una monarquía parlamentaria. En mi caso, por incomparecencia por parte de padre en los procesos políticos en marcha, mi madre representó para mí doblemente la autoridad, así que le tocó a ella aguantar una doble ración de niño-rebelde-ombligo-del-mundo. Obviamente, pasado el tiempo, uno crece y se da cuenta y deja de pensar tonterías sobre los propios padres. Pero si algo recuerdo de aquella etapa de discusiones adolescentes, es mi forma amañanada e inmadura de leer a mi madre. Las intenciones que uno buscaba—que uno quería ver—en sus actos o propuestas o reacciones, intenciones que en realidad no estaban allí (ver mala intención donde sólo había pragmatismo y funcionalidad normativa doméstica, etc). Pongo este ejemplo porque doy por supuesto que o bien como padres o bien como hijos, habréis pasado todos por procesos parecidos (y aquí, lo sé, cabrían decenas de cientos de matices y consideraciones en función de épocas, maneras de ver la educación y la autoridad de las distintas épocas, variaciones geográficas y de entorno—urbano; rural—,y así hasta el infinito. Pero éste es el ejemplo que se me ha ocurrido, y es el que voy a dejar).
    La narradora es una mujer inmadura que hace una lectura inmadura y devorada por sus propios miedos de su hijo recién nacido. Como tantas otras veces en tantas otras situaciones a lo largo de la historia de literatura, que es el reino de lo subjetivo, la subjetividad del personaje se carga sobre el objeto. Es el objeto (el niño), el que aparece teñido con la paleta de colores que están en la mente de la persona que lo describe. Y aquí no estamos hablando del típico constructo mental adolescente sobre los padres de uno, estamos hablando de la construcción de sentido que un narrador literario hace sobre su propio hijo recién nacido, sobre un bebé, la cosa más moldeable del mundo. Tampoco estamos hablando de un ejemplo real, extraído de un manual de psiquiatría, estamos hablando de una novela. Y en esta novela, si bien el Kevin de dieciséis años es un tarado y un asesino, el Kevin recién nacido no es más que la representación literaria de uno de los muchos bebés que cada día llegan al mundo.
Creo que es obvio que la novela me ha gustado. No salgo de mi cueva para escribir 7 folios así como así. Quizá alguno de los puntos aquí expuestos sea un poco confuso o necesite un poco más de elaboración (la cuadratura del círculo), pero este texto ha sido escrito en un Ataque Severo De Interés Por La Literatura cuyo frenesí ha durado dos días, y quería colgarlo en el blog antes de que se apagaran del todo los ecos del debate del otro día.
Por lo demás, estoy dispuesto a batirme en duelo por mis argumentos con cualquiera que así lo desee.
Y con esto y un bizcocho.


Cristian.