Eugenia Cisneros.
Acabo de terminar la novela “Adversarios admirables” de
Olga Guirao. Edit. Anagrama, y admirable me ha parecido el profundo
conocimiento que tiene Olga del alma
humana, o mejor dicho del alma del hombre y el alma de la mujer.
Quizá esta dualidad de los sexos, objeto de tantísimos
estudios y debates, sea una cuestión de
porcentaje hormonal, o de herencia biológica, o de estereotipos culturales o de
aprendizaje familiar. No lo sé, pero la suma de todos estos factores y de otros
que seguramente ignoro, a la postre, nos da el mismo resultado: dos géneros que
perteneciendo a la misma especie y teniendo objetivos de vida comunes, no
alcanzan a vivir apaciblemente cuando entran en una situación emocional
prolongada de pareja .
Hombres y mujeres sentimos, pensamos, sufrimos, nos
relacionamos, de forma parecida, pero con matices tan diferentes que, estando
inclinados por lógica natural a complementarnos y entendernos, acabamos siendo y actuando como Teresa y
Simón, dos amantes adversarios incapaces de vivir el uno sin el otro pero
incapaces asimismo de hacerlo de forma placentera, desinteresada, divertida,
comprensiva, sosegada.
Posiblemente los imperativos biológicos de base y
consecuentemente los modelos culturales que han generado los estereotipos de la
masculinidad y la feminidad, se han estructurado desde el inicio de las civilizaciones, en torno a las cotas
de poder alcanzadas en una confrontación permanente entre ambos sexos. Parece
que hombres y mujeres cada uno a su
manera, en ámbitos diferenciados o más recientemente en espacios comunes,
buscan reforzar su ego mediante logros y reconocimientos que los blinden contra
ansiedades y miedos siempre acechantes.
Y aquí está el eterno problema, en esa búsqueda de seguridad, de autoestima,
no caminan paralelos trabajando simbióticamente en sus parcelitas de felicidad,
sino que lo hacen rivalizando, y como los adversarios en las batallas, el goce
principal parece ser la conquista y dominación del otro.
Olga en su maravillosa novela nos ha contado este tema
eterno, mil veces narrado en la literatura, siempre presente en nuestra vida
real, pero su gracia está en que ella lo
hace desde dentro, desde las vísceras. Sin embargo no es una emotividad simplona:
“Hay que pensar con todo el cuerpo y con toda el alma.... hay que pensar con la
vida... estoy persuadido de que no hay ninguna forma de conocimiento profundo
que no sea al mismo tiempo una emoción” son palabras de Simón, el personaje
masculino. Y así, esta novela que es
todo sentimiento no está exenta de inteligencia, perdón, no es que no esté
exenta, es que rebosa inteligencia e ironia además de buen oficio y dominio del
arte de escribir. En mi opinión, su punto fuerte, lo que la hace especial para
mí es la credibilidad de sus personajes y la facilidad con que podemos
identificarnos con ellos.
Fue hace pocos días, estábamos, mi marido y yo,
comentando algo sobre no se qué. El hablaba y hablaba, yo, como siempre, tenía
la sensación que cada argumento que conseguía introducir en su monólogo eran
parole parole que se perdían en el aire. Finalmente le interrumpí, y leí con
voz suave y clara el siguiente párrafo:
“A mi me costó casi veinte años pero al final terminé por
comprenderlo: todo lo que deseaba Simón era silencio, silencio para poder
escuchar con claridad sus propios pensamientos, que, dicho sea de paso, son lo
único que le interesa en realidad. Es más, tengo la sospecha de que si hubiera
estado en su mano recrear el mundo, a mi
me habría privado del don de la palabra. En el paraíso de los hombres
solitarios, las mujeres deben ser como los gatos: criaturas silenciosas
destinadas a escuchar sin comprender y a no hablar más que con su calor”
Fue tristemente reconfortante para mi, ver como “mi
hombre” asentía. Sonrió levemente. Ni una réplica, ni un pequeño desacuerdo.
Sentí que por fin había conseguido comunicar y hacer entender mi protesta. Era
algo que intentaba decirle desde hacía mucho y ningún razonamiento mío había
resultado tan directo ni tan efectivo.
La novela se estructura en capítulos. Cada uno narra unos
hechos que se producen a lo largo del período de convivencia. Así el lector
asiste a la evolución sentimental y psíquica de la pareja en las diferentes
etapas de su vida en común. Excepto el primero que entronca con el último, los
demás siguen un orden cronológico. Lo peculiar de estos capítulos es que están
narrados en primera persona, y siempre siguen el mismo formato. Primero habla
Teresa, y en el capítulo siguiente lo hace Simón. Así tenemos dos versiones,
dos interpretaciones de sus vivencias comunes. Y resulta genial trasladar al
terreno literario el proceso absolutamente subjetivo de elaboración de la
propia realidad.
En la primera parte
nos encontramos con un Simón algo cínico, independiente, con experiencia
de la vida, con un conocimiento más que suficiente del otro sexo, con un
trabajo intelectual cuyo mayor compensación es la admiración de sus alumnos, y
viviendo en un entorno exquisito en el cogollo de Barcelona, sin más
preocupaciones que cuidar y mantener los vínculos con las cosas y las personas
que hacen su vida rutinariamente agradable.
Teresa es todo lo contrario, virgen de cuerpo y alma,
anhela experimentar, entrar en la vida, salir del claustro familiar. Carece de
estudios, que no de inteligencia y vive en un barrio obrero en el seno de una
familia humilde carente de sofisticación y sensibilidad.
Ella, hermosa, sumisa, dispuesta a aprender, a amoldarse,
a pertenecer, a ser protegida, ha encontrado el príncipe de sus sueños
adolescentes. El, prisionero de su
propia líbido, poquito a poco va quedando atrapado en la telaraña de
vulnerabilidad y adaptabilidad de Teresa.
El enamoramiento surge inevitable, el matrimonio posterior también.
En los capítulos siguientes asistimos al desarrollo de la
vida conyugal. Un mayor conocimiento del otro, va dejando las fantasías
arrinconadas para adentrarse en una dulce y atractiva realidad. Crece la
intimidad y la confianza y la cotidianeidad
aún aparece repleta de estímulos.
Pero, en tanto, Simón ha introducido un elemento más en el conjunto de
su orden vital, y ello le resulta satisfactorio siempre que no interfiera
demasiado en ese orden establecido, para Teresa, su nuevo mundo consiste en
participar y adentrarse en el de su marido. Frente a la reticencia inicial de
él, la insistencia y la devoción de ella. Finalmente, qué hombre puede
sustraerse al rol de Pigmalión, ante una joven, hermosa y entregada alumna.
Pero el tiempo y la cercanía que son el mayor aliado
acaba siendo el peor enemigo, y convierte lo que en un principio es ilusión y
novedad en cierto aburrimiento, en algo dejà vu, y la terrible pregunta, acaba
por aparecer ¿en eso consiste la felicidad? Y es curiosamente Teresa quien la
plantea. Para Simón han cambiado sus
circunstancias y su autoestima se resiente. Pero es Teresa quien ha cambiado
profundamente. Primero aprende para estar a la altura, para agradar a Simón,
pero posteriormente el aprendizaje se vuelve individual y sus frutos también.
La alumna rivaliza intelectualmente con el maestro, lo cual es excitante pero
también molesto.
Cuando surgen las infidelidades de Simón, actos más
relacionados con la vanidad que con la lujuria, Teresa enloquece. No consigue
entender las razones de su marido “el sexo ocupa un espacio enorme y al propio
tiempo ínfimo en la vida de un hombre, porque no tiene ningún valor
simbólico.......¿por qué tiene que suponer una tragedia que, al menos en parte,
la necesidad y el cariño ocupe el lugar del deseo?....Cuando conocí a Teresa la
deseaba hasta la locura, pero no la quería gran cosa, la verdad, y si la necesitaba
era puramente en función de ese deseo. Hoy en día, sin ella me sentiría
perdido, llegaría a olvidarme de quien soy. Teresa ha sido testigo de mi vida;
me conoce, y lo que es más importante aún: me recuerda”.
Sin embargo Teresa filosofa con esta dramática y femenina
lucidez: “Las mujeres que eligen el oficio de querer, en realidad escogen una
profesión harto solitaria. Más les valdría estudiar leyes o cultivar perejil.
Nadie en su sano juicio debería entregarse por entero a la tragedia del amor, porque
el amor, como la vida, nunca acaba bien;
su verdadero destino es morir, y cuando no se sabe hacer otra cosa que querer,
se termina queriendo a solas en una casa vacía, o llena de mentiras, que viene
a ser lo mismo”.
Tras este grave desencuentro, del que difícilmente hay
marcha atrás, Teresa lucha por
independizarse de su vínculo afectivo, se aferra a la posibilidad de un trabajo
para lo que no está preparada y como tantas veces en la ficción y en la
realidad, acaba retozando en una cama ajena y gratificante. Cuando Simón ya no
consigue hacerse más el loco y las demandas de su dignidad maltrecha no le
permiten mirar durante más tiempo hacia otro lado, en su eterna lógica
masculina le espeta a Teresa que lo ha hecho para vengarse, y ella simplemente contesta
“Te equivocas Simón. No se trata de un castigo”.
A partir de este punto y cuando más alejados están, más
acabados, cada uno cargando con sus propias frustraciones, incapaces de
encontrar en el otro ningún tipo de consuelo, de cariño, de entendimiento,
cuando se llega al límite, el amor reaparece como “sentimiento dolorido y
deforme que consigue sobrevivir a todas las batallas; la ardiente compasión
que, incluso en la desdicha nos impulsa a seguir siendo el ancla y la memoria
del otro hasta el último día de nuestra vida”.
Siento haber sido tan explícita en esta exposición. Puede
parecer que no queda ningún secreto por desvelar, que tanta explicación la han
dejado carente de interés. Nada más erróneo. El verdadero placer de esta novela
está en degustarla, en reflexionar cada una de sus frases. Es literatura de la
buena y tratado de psicología a la vez.
Gracias Eugenia por esta reseña maravillosa. No cabe duda, cómo decía Borges, que tu eres el lector que este libro aguardaba... Con tu permiso, voy a colgarla en mi página.
ResponderEliminarOlga
Adversarios admirables y el comentario de Eugenia admirables los dos. Me alegrais la vida...
EliminarCésar
En este mismo blog en Octubre 2011 tengo comentarios sobre la obra de Olga. No me importa salir derrotado por Adversarias tan admirables...
ResponderEliminarCésar