Erskine Caldwell, nacido en 1903 en Moreland Georgia, era hijo de un obispo presbiteriano. Ese origen se nota y mucho en su novela La Parcela de Dios. Los comentarios religiosos se suceden a lo largo del libro, pero no de una manera plana y descriptiva en la voz del narrador, sino mostrándolos a través de los personajes, especialmente el patriarca Ty Ty. Lo primero que ha de decirse de La parcela de Dios, es que se trata de una novela, una gran novela. Es también una historia, pero lo esencial es que el novelista ha sido capaz de mostrar las emociones de una manera tan cruda que aún hoy, casi 80 años después de que fuera escrita, su lectura nos hace sentir una convulsión moral. Es, pues, una novela emocionalmente potente en la que los personajes actúan de una manera coherente con el medio en el que viven. Jamás ocultan sus sentimientos o sus deseos. El propio Ty Ty, siempre que puede, alaba de una manera descarnada la sexualidad salvaje de su nuera Griselda. Incluso en presencia de su propio hijo. El novelista sitúa la acción durante la crisis derivada del Gran Crash del año 1929. Y en un lugar deprimido donde la miseria es el referente esencial de los protagonistas. Quizá en esa crisis y en esa miseria esta la explicación de la forma de actuar de algunos de los protagonistas: Rebeldía o resignación. Y ante las situaciones extremas que nos plantea, la reacción es, en muchos casos, de una violencia irreprimible. Una violencia que deriva del instinto, nunca de la racionalidad. Esa debió ser la razón que llevó a la prohibición de la novela y a que el escritor tuviese que batallar legalmente para conseguir su publicación. Y esa debió ser también la razón de su enorme éxito que lo transformó en un best-seller con unas ventas superioresa Lo que el viento se llevó de Márgaret Mitchell. Uno de los grandes hallazgos de la novela es el uso de ese estilo directo y descarnado donde la utilización magnífica del diálogo nos lleva a sumergirnos de manera casi inconsciente en el mundo que nos propone. Los elementos de carácter ético y social son introducidos por el escritor de una manera elegante y sutil, de forma que en ningún momento se asemeja a los tostones moralistas del realismo social. Y sin embargo consigue conmovernos y hacernos reflexionar ya no solo sobre aquel lugar de miseria y corrupción moral, sino sobre el sentido de la vida en sus aspectos más filosóficos. La reflexión sobre la religión y su papel en la sociedad, a veces como un mero adorno, pero un mero adorno profundamente integrado en la identidad de los personajes. Sobre la explotación social y la evidencia, la casi imposibilidad de enfrentarse a ella y ganar. Pero, sobre todo, la reflexión sobre la forma en la que todos nos enfrentamos a ese misterio que se llama vida. Ty Ty está convencido de que en sus tierras hay oro. No hay ninguna prueba ni razón que lo demuestre, pero dice que su búsqueda es “científica”. Se pasa la vida trabajando duramente esperando algo que en el fondo de su espíritu sabe que no va a encontrar. Eso es lo que nos pasa a todos. Nos pasamos la vida trabajando en algo que nos interesa poco o nada y no podemos dejar de hacerlo pase lo que pase. Por escaso que sea el fruto que obtengamos de nuestro esfuerzo. Ty ty, después de la tragedia final, se mete en el agujero y continua cavando, como siempre, como si nada hubiera pasado. Pase lo que pase, la vida continua. Una gran metáfora sobre la vida. Una gran novela.
B. A. Ruiz
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