El 16-Julio 2010, La Stampa de Turín, publica el discurso que Aharon Appelfeld leyó con motivo de la Milanesiada, en la que recibió el premio "Rosa d´oro". Este discurso venía acompañado de algunas citas de su novela Vía férrea que no voy a transcribir.Haré un extracto de su disertación titulada La paradoja de mi vida, con sus propias palabras.
Nací en 1932, un año antes de la llegada de Hitler al poder. Mis padres eran judios asimilados, partícipes de la lengua y la cultura alemanas: para ellos el judaismo era una especie de anacronismo, del cual lo mejor era mantenerse distanciados. Cuando tenía tres años mis padres hicieron venir de Viena una institutriz, para que mis oidos escucharan la correcta pronunciación que se usaba en la capital. Los judios asimilados estaban seguros de que el régimen de Hitler sería pasajero y que en un año o dos habría desaparecido.La filosofía y la música alemanas, para no hablar de la literatura como máxima expresión cultural de la humanidad, derrotarían a la vulgaridad y la violencia, el expansionismo y la sed homicida.
Nací en la Bucovina, una de las provincias más renombradas del imperio de los Hagsburgo por mérito de su capital, Chernovitz.Distinta de las metrópolis, la provincia había conservado cierto candor, nutrido por la certeza de que la cultura tiene en sí misma la fuerza para salvar al hombre incluso de los demonios que se esconden bajo aspecto humano. Nadie podía imaginar lo que iba a suceder.
En 1941 los alemanes invadieron la Bucovina. Yo tenía ocho años y medio, era hijo único, hablaba alemán sin cometer errores. Iba quedando en claro que nos encaminábamos hacia una tragedia inminente.
Lo que sucedió en los gettos y en los campos es sabido. Mi madre fue asesinada y fuí separado de mi padre. Esa lengua que cultivaba con tanto amor se transformó súbitamente en la lengua de los asesinos.
Escapé del campo, me escondí en los bosques y ( tras su peripecia en el prostíbulo), fuí adoptado por una banda de ladrones ucranianos. Me salvó la vida el ucraniano que me había enseñado nuestra doméstica. En lugar de la exclusiva escuela que había frecuentado, debí aprender de esa escuela de ladrones...Aprendí a hablar poco y nada, a vigilar a mi alrededor, a escuchar. Quizás ese ejercicio sirvió a mi formación como escritor...
La burguesía judia formaba a sus hijos para que fueran médicos, abogados, banqueros. Pero los nazis instalaron como centro de mi existencia mi judaismo "biológico"...
En 1944 la zona donde transcurría mi exilio fue liberada por el ejécito rojo. Tenía 12 años y el ejército me adoptó como peón de cocina...Aprendí pronto a beber vodka, a fumar, blasfemar...
Llegué a Yugoslavia en 1945. Encontré a otros muchachos judíos y abandoné el ejército... Llegamos a las costas de Italia ...me uní a esos prófugos dispuestos a emigrar a Palestina...
Me recibieron en una colonia agrícola que iniciaba a los muchachos de mi edad en las tareas rurales, a la autodefensa y a una nueva lengua, el hebreo....Leía mucho y paso a paso conquisté la lengua. Me fascinaba la lectura de la Biblia. Todos los días copiaba a mano un capítulo y así fuí adquiriendo la melodía de la frase hebrea...
Se dice que el arte de escribir sólo se realiza con la lengua materna. Las excepciones como Conrad, Nabokov y Beckett, confirman la regla. En mi caso la redención fue el lenguaje bíblico...Se adecuaba a las experiencias de mi vida : minimalista, directa, sin manierismos, jamás descriptiva, con escasos adjetivos. Una lengua apta para describir la vida que florece después de la catástrofe, de durezas y absurdos. Mi suerte fue conseguirla. La lengua de mi madre, transformada en la lengua de los asesinos, jamás pudo haber sido mi instrumento musical...
Por el universalismo de la Biblia sigo siendo un europeo. Esa Europa en la que nacieron mis ancestros y los antecesores de mis ancestros y donde yo he nacido, vive y respira en todo lo que escribo. ¿Happy end?. Decididamente no.Para una infancia y adolescencia como las mías y su carga de paradojas, no hay espacio para la felicidad.
En lo profundo de mí anidaban el cinismo, la indiferencia , el desprecio por cualquier tipo de fe. He visto demasiado mal en mi vida para volver a creer en la simplicidad y el candor del ser humano. Milagrosamente, sin embargo, la herencia cultural de mis padres, su amor confiado en el progreso y el universalismo, los cuatro años de trabajar la tierra y otros tantos de estudio de la Biblia me han preservado, y así la imagen de Dios que hay en mí.
Muchas gracias por la recopilación. Poder leerlo de una manera sencilla, proporciona más tiempo para pensar en ello.
ResponderEliminarSí, es una recopilación muy interesante de una persona especial que ha vivido situaciones especiales. No es éste mi caso pero puedo entender sus mensajes. Creo y así lo he experimentado, que la compañía de los animales puede ser un consuelo cuando lo humano se te aparece como inexplicable y amenazante. Que los silencios, si son comprendidos y compartidos, son más elocuentes y clarificadores que sofisticados párrafos literarios. Recuerdo una novela, "Klaus y Lucas", en la que la autora se limitaba a describir unos hechos. Ni un adjetivo, ni una interpretación, ni un sentimiento, ni una explicación, nada de nada. Consideró que la mera descripción era suficiente para transmitir su vivencia y generar desasosiego en el lector, y, vaya si lo hizo.... Pero, y aunque parezca contradictorio, son las palabras las que ayudan a recordar, a revivir, a reencontrarse con las raíces y no solamente como individuo sino también como comunidad.
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