Cuando propuse de una forma un poco precipitada o al menos, no de forma premeditada, la novela “Un amor pequeño” fue por varios motivos: Uno, muy simple, la acababa de leer, de hecho me faltaba el ultimo tercio y me estaba gustando bastante y, por otro lado, el cuerpo me pedía una historia actual, con personas que sienten y se preocupan y lloran y ríen por lo mismo de siempre, pero según el momento y el lugar donde se ubican estas historias, se explican de muy diferente modo y yo tenía ganas de una historia de mi realidad social y de mi tiempo.
Llevábamos varios meses repitiendo el tema judío, lo cual creo que, aunque nunca se dirá suficiente, y siempre entristece, asombra, horripila y, por supuesto, siempre hay que escuchar o leer con grandísimo respeto, en nuestra tertulia mensual habíamos trabajado en el último año: “Matadero 5”, “Flores en sombra”, y poco antes, “El Pentateuco de Isaac” y aunque muy diferentes entre si, el substrato era el mismo. Personalmente me quedo con la de Appenfeld por su delicadeza y sensibilidad.
También en este último año, comentamos libros de gran contenido filosófico que incluso nos llegaron a plantear la duda sobre si eran novelas o ensayos, así ocurrió con La inmortalidad de Kundera. “La llamada”, de nuestra Olga, aunque se inicia como una historia de ciencia ficción, acaba siendo una obra intimista sobre la muerte, la necesidad de creer en la existencia de Dios, y la esperanza en el ser humano pese a los errores que cometemos.
“Una solitud massa sorollosa” y “La mano de la buena fortuna”, fueron, a mi entender, puras odas a los libros, a la necesidad de la lectura como única salida posible a una realidad que según tantos autores se percibe como absurda, incomprensible o simplemente inmerecida de ser vivida tal cual. La literatura entendida como una forma de comunicación superior.
En otro orden y tratando realidades más cercanas, comentamos novelas de mayor contenido social, “Brooklyn”, “Estupor y temblores”, “La pequeña parcela de Dios”, igualmente diferentes entre sí pero compartiendo un tema común: el componente sociocultural que envolvía a los personajes y que de alguna forma era el origen y causa de los comportamientos de sus protagonistas (la emigración a EE.UU de una joven desde Irlanda, la adaptación laboral en un país tan diferente como Japón, la vida miserable de unos campesinos norteamericanos) .
También comentamos dos libros fundamentalmente psicológicos, “Las Vidas de Dubin” y “La fortuna de Matilda Turpin”. La primera detalla minuciosamente la depresión de un escritor maduro que se debate entre la comodidad y seguridad de su vida de siempre y la incertidumbre de otra vida aparentemente llena de estímulos. La segunda incide repetidamente en los trastornos psicológicos de los personajes. En ambas el paisaje se convierte en un personaje más y redondea a la perfección el relato.
“Las memorias de Leticia Valle”, una historia de seducción, a caballo entre la crónica social de Valladolid de principio del siglo pasado, y las turbulencias del trio protagonista . Una versión muy personal de Chacel donde la eterna fragilidad masculina sucumbe, esta vez trágicamente, ante la determinación de esa extraña Lolita hispana.
La peculiar “Königsberg” con muchos géneros dentro de la novela y con un contenido bizarro que no acabó de cuajar entre nosotros, tertulianos maduritos con poca flexibilidad ante las innovaciones, con excepciones claro está. A destacar la elegancia y estoicismo con que el autor aguantó nuestras críticas.
Y, finalmente yo diría que las dos únicas novelas de este último año que nos entroncan con nuestra realidad más cercana serían: “Los ojos amarillos de los cocodrilos” y “Ruido de fondo”. La primera, creo que todos estaríamos de acuerdo en calificarla como obra de caza muy menor, siguiendo la terminología de Cesar, que ha quedado ya como baremo o medición de la calidad de las obras que vamos estudiando, y la segunda , si bien empieza como un retrato de la histeria consumista norteamericana perfectamente extrapolable a cualquier otro país europeo, poco a poco va desbarrando hacia una idea paranoide sobre la muerte, en la que la conexión con sus inicios sociológicos casi nada tiene que ver. Finalmente, nuestra joyita brasileña del último día, “Mi planta de naranja lima”, que alguien calificó, a pesar de su dureza, como “soplo de aire fresco en la tertulia”, qué mas se puede decir, esta hermosa frase la resume perfectamente.
Así pues, y volviendo al inicio de mi argumentación, parece se estaba echando de menos una historia de ahora, en nuestro país, con personajes de nuestra sociedad actual. Si “Un amor pequeño” es la novela idónea, de hecho es del 2004 y ya han pasado muchas cosas, no lo se, seguramente hay otras mejores o mas representativas, vosotros opinareis al respecto, pero esta fue la elegida y es de la que toca hablar hoy.
El autor, Alejandro Gándara creo que nadie en esta mesa lo conocía pero si alguien está interesado, al margen de los apuntes que os traslado ahora, en Internet encontrareis información abundante. Es de Santander, tiene 55 años. De familia humilde, con un padre emprendedor que nunca hizo funcionar bien un negocio, cursa la mayoría de sus estudios superiores con becas y dinero que ahorra emigrando y trabajando en Suiza. Estudia Ciencias políticas y sociología en la complutense de Madrid, y al finalizar se traslada a Inglaterra para la elaboración de su tesis. Trabaja como investigador del Britsh Museum de Londres. Después de un periodo de 2 años decide volver a España y ejercer como profesor ayudante de Historia de las Ideas y de las Ciencias políticas en la misma universidad donde estudió. Sin embargo y según sus propias palabras, la universidad y él parecen bastante incompatibles, y en los 80 se independiza del ámbito didáctico convencional y funda “La escuela de letras” en Madrid, primera escuela de creación literaria española, centro que dirigiria durante 10 años y que sirvió de impulso para la aparición de los primeros talleres literarios, hoy tan comunes. Según el propio Gándara “El talento no se enseña, pero se descubre” o “Se puede aprender a escribir, lo que es imposible es enseñar a hacerlo”, son dos frases suficientemente explicativas acerca de su modo de entender la docencia en el arte de escribir.
En el 2000 promueve otro proyecto más ambicioso, La Escuela contemporánea de Humanidades, una institución que reúne especialistas de disciplinas de la ciencia y del pensamiento para investigar sobre la sociedad contemporánea y encontrar en los debates entre alumnos y profesores, al estilo socrático, puntos en común entre todos estos conocimientos que permitan comprender y afrontar mejor los cambios de esta nueva sociedad.
Su trabajo como escritor tiene una duración extensa, de hecho, ha vivido de la literatura las últimas tres décadas, no solo como novelista sino también como ensayista y articulista de los periódicos: El País, El Mundo y ABC. Durante dos años escribe en “La Modificación” considerada la segunda mejor revista por La asociación de Revistas de la Unión Europea. En este período viaja a Israel, Rusia, y Alemania en momentos clave, con la intención de dar una información diferente y según él, “sin ahorrar caña”. La revista acaba cerrando por falta de presupuesto y de lectores.
Su narrativa es limitada. Publica unas once o doce novelas , la primera “la media distancia” en 1984 que recibe el Premio de la Prensa Canaria y la última en 2008, “El dia de hoy” ambas en Alfaguara, ésta, segunda considerada por algunos como una de las principales novelas del periodo llamémosle “de la crisis”.
Su obra se ha traducido al inglés, sueco, alemán, italiano y checo, y ha recibido importantes premios:
En 1979: El Ignacio Aldecoa de cuentos.
Por la novela “Ciegas Esperanzas” el Premio Nadal de 1992,
Y por “Ultimas noticias de nuestro mundo” le otorgan el premio Herralde de Novela en 2001.
Asimismo recibe el premio Anagrama de Ensayo por “Las primeras palabras de la creación”, un estudio sobre la cultura literaria de occidente que se ha construido sobre la huida del texto y en donde la interpretación ha sustituido a la letra y los discursos han borrado lo que la palabra dice. Este primer gesto se halla en la ruptura del Nuevo Testamente cristiano respecto de la Biblia judía. La narración más antigua es puesta al servicio de una interpretación doctrinaria. A través de una lectura rigurosamente narrativa del relato del Génesis, el autor describe la distancia entre lo que está escrito y lo que nos han contado, al tiempo que analiza la psicología de Dios en cuanto artífice de la creación.
La versatilidad e inquietud de este autor le lleva casi a simultanear novela, teatro, cuentos infantiles, ensayo y artículos periodísticos. La propia urdimbre de algunas de sus novelas en las que frecuentemente mezcla géneros y la complejidad y simbolismo de sus propuestas, le convierten en un escritor exitoso para la crítica pero poco querido o entendido por el público. En un momento dado, Gándara se expresa así : “Me siento perdido ¿para quien se escribe?”.
En Un amor pequeño, el autor santanderino con su habitual complejidad y brillantez, cambia la simbología de sus anteriores libros y vuelve a mostrar una realidad existencial con una narrativa al uso, con aspectos tan terrenales como el dinero o el amor. Es la historia de un hombre desarraigado familiar y profesionalmente que se enamora de una joven que lo conducirá a su propio reencuentro y a una redefición de su pasado.
Ruy que así se llama el personaje, es un hombre maduro, divorciado, sin identidad profesional que parece haber dimitido de su propia existencia anterior de antigua esperanza blanca de las ciencias y las letras -físico y matemático y, a la vez, autor de un par de libros de éxito-, malvive en Madrid, a la deriva entre diversos trabajos como traductor, vendedor y hasta liquidador de empresas. Huérfano de hijo y durante el relato también del padre odiado, languidece como amante periódico de una mujer casada, tan infeliz como él mismo.
El tema surge cuando acepta un trabajo para liquidar una empresa editorial en La Coruña, en peligro de quiebra por una mala gestión, Ruy sabe lo que tiene que hacer mientras el barco se hunde con sus tripulantes envueltos en su dignidad y con la cabeza bien alta. Entre la diversa fauna de socios y deudores, empleados, intelectuales y otros varios destaca la figura de Práxedes, hija del socio principal que, junto al idealismo de su padre, le servirá de puente hacia el reencuentro de si mismo, del amor y de la dignidad.
Como veis una historia mil veces contada, pero con gran calidad literaria. Su estilo narrativo está muy logrado, con pasajes de una hondura psicológica a la vez que poética que encandilan. Por ejemplo y solo leeré este: “Voy en un tren nocturno de Madrid a la Coruña, son las dos y diez de la madrugada, en la ventanilla hay una cara blanca contra la noche, estoy solo en el compartimento y pienso en lugares en los que uno se queda solo, como un cuarto de hospital o la sala de espera de un abogado. El traqueteo es el ritmo al que se acerca lo que tiene que pasar. Ese porvenir no estaba en el guión, no estaba en las estrellas, no había nada que estuviese esperando o deseando, así que no debería haber ocurrido. Era de otro, pero me atravesó a mí. Como el tren esta noche, nada en la ventanilla excepto tu cara, crees que todo sucede a la altura de los ojos y que todo está inmóvil, cuando en realidad el tren cruza páramos y montañas y los va dejando atrás. Cuando llega el día te espera un mar desconocido junto a una ciudad desconocida. Y el que baja al anden es también un desconocido”.
Eugenia Cisneros