miércoles, 23 de diciembre de 2015

TE VENDO UN PERRO. Juan Pablo Villalobos. Día 25 de febrero de 2016

Barcelona, Anagrama (Narrativas hispánicas), 2015

BABELIA.  El país.

Mural caricaturesco.

Villalobos completa su trilogía sobre los tópicos más hirientes de México con una mezcla de crónica y delirio.

FRANCISCO SOLANO.

Juan Pablo Villalobos (México, 1973) prolonga con esta novela la excéntrica exploración, rebosante de humor,, que inició con Fiesta en la madriguera (2010) y continuó conSi viviéramos en un lugar normal(2012), también publicadas en Anagrama, sobre los tópicos más hirientes de la sociedad mexicana, completando así su anunciada trilogía. Villalobos es un escritor con propósito que ha sabido llevarlo meritoriamente a su término. La primera novela filtraba la candidez distorsionada de un niño criado en el lujo del narcotráfico; la segunda se extendía sobre una familia desmembrada y empobrecida, que aún podía seguir empobreciéndose, vista con los ojos de un adolescente. En Te vendo un perro, el narrador es un taquero jubilado, pintor frustrado (como su padre), dado a la bebida y a la incongruencia, cuyo mayor tesoro es un ejemplar de la Teoría estética de Adorno, con el que se opone a la tertulia literaria de sus vecinos jubilados en el zaguán del desastrado edificio donde vive, que no es la única molestia que tiene que soportar de esos “fundamentalistas literarios”, pues también se dan ahí clases de yoga, computación y macramé, y se proyectan visitas a museos y a lugares de interés histórico.

Este apunte acaso dé una idea de la sátira de Villalobos. Nada queda fuera de la rechifla. Aquí el escritor ha extendido su campo de operaciones hasta abarcar a la propia literatura. La novela, no obstante, es mexicana “hasta el tope”, como dice la canción de Cuco Sánchez. Y es una parodia del propio novelista que, en tanto que escritor, no se descarta de la chanza y demolición de los valores actuales, en los que incluye la necesidad de escribir. Hay peripecias desternillantes y personajes reales, como el pintor Manuel González Serrano, conocido como El Hechicero, que murió indigente en el centro de México. Villalobos mezcla crónica y delirio sirviéndose de estrafalarios personajes y con los recuerdos familiares del narrador recorre en un mural caricaturesco la historia de México.
El recurso a la farsa de Villalobos no deja títere con cabeza. Y bajo la acomodación a la risa emerge una instructiva compasión por la marginalidad que orienta la novela a favor de lo más imprevisto y desconocido, dotándola de una solvencia que reclama la autonomía de la imaginación sobre la realidad, a modo de reprimenda contra la convención del género, tan estimulante como el humor. Pero la novela tiende, en ocasiones, a desmadrarse; y, aunque el autor contiene la dispersión, no puede evitar contaminarla de arbitrariedad, que es el peligro del exceso de irreverencia. Pero incluso con sus desajustes, es más que una notable novela. Juega a la bufonada para evitar la asimilación como mercancía cultural, con un espíritu disolvente que descree de conseguirlo, pero que permitirá al lector respirar mejor, con menos prejuicio literario en los pulmones.
Te vendo un perro. Juan Pablo Villalobos. Anagrama. Barcelona, 2015. 256 páginas. 16,90 euros.


INFORMACIÓN DE LA EDITORIAL ANAGRAMA
En un ruinoso edificio de la ciudad de México, un grupo de ancianos pasa los días entre rencillas vecinales y tertulias literarias. Teo, el narrador y protagonista de esta historia, tiene setenta y ocho años y un apego enfermizo a la Teoría estética de Adorno, con la que resuelve todo tipo de problemas domésticos. Taquero jubilado, pintor frustrado con pedigrí –hijo de otro pintor frustrado–, sus mayores preocupaciones son llevar la cuenta de las copas que toma al día para extender al máximo sus menguantes ahorros, escribir en un cuaderno algo que no es una novela y calcular las posibilidades que tiene de llevarse a la cama a Francesca –presidenta de la asamblea de vecinos– o a Juliette –verdulera revolucionaria–, con las que constituye un triángulo sexual de la tercera edad que «le habría erizado la barba al mismísimo Freud». La vida rutinaria del edificio se rompe con la irrupción de la juventud, encarnada en Willem –mormón de Utah–, Mao –maoísta clandestino– y Dorotea –la dulce heroína cervantina, nieta de Juliette–, en un crescendo de absurdos que arriba a un clímax para mojarse los pantalones.
Concebida bajo el dictado de Adorno, que afirma que «el arte avanzado escribe la comedia de lo trágico», entrelazando fragmentos del pasado y del presente, esta novela recorre el arte y la política del México de los últimos ochenta años, marcados en la historia familiar por la sucesión de perros de la madre del protagonista, en un intento por reivindicar a los olvidados, los malditos, los marginales, los desaparecidos y los perros callejeros. Con su tercera novela, el escritor mexicano Juan Pablo Villalobos, tras la excelente acogida, tanto en lengua española como en sus muchas traducciones, de Fiesta en la madriguera y Si viviéramos en un lugar normal, se confirma como un narrador imprescindible, con una voz personal y un sentido del humor muy singulares.
«El heredero natural del sentido del humor y la magia del gran genio Jorge Ibargüengoitia» (Xavi Sancho, El País, ICON).
«Una historia introductoria redonda impulsa la lectura de esta narración en la que Juan Pablo Villalobos consolida una prosa con un profundo sentido del humor, a veces grotesco, otras sutil, surrealista… siempre ingenioso» (Iñigo Urrutia, El Diario Vasco).
«Juan Pablo Villalobos arremete a carcajadas contra la historia política y artística de su país… Su tercera y brutal novela le confirma cono el nombre propio de la nueva literatura mexicana» (Matías Néspolo, El Mundo).
«Convertido en la suma perfecta de César Aira, Jorge Ibargüengoitia y Mario Levrero, Villalobos traza un simulacro que sirve de estímulo a una realidad todavía por venir» (Ricardo Baixeras, El Periódico).
«Te vendo un perro es, al mismo tiempo, una novela muy divertida y un retrato amargo del artista contemporáneo... Villalobos ha encontrado un tono y un ritmo propios, que no se parecen a ningún otro en la narrativa mexicana actual. Villalobos hace reír con el absurdo y al hacerlo muestra el sinsentido del mundo. Este lector se lo agradece» (Fernando García Ramírez, Letras Libres).

lunes, 21 de diciembre de 2015

MÁS SOBRE EL CEREBRO DE ANDREW

(Para Eugenia)

1.- E.L. Doctorow en sus novelas hace recreaciones personales de hechos históricos. El cerebro de Andrew es su particular recreación del 11-S., págs.119 a 124.
2.- Además se permite una recreación del funcionamiento cerebral, del problema     cerebro-mente.
    a.- El ordenador que lo abarcara todo, al fin y al cabo el cerebro es finito y pudiera reproducir “los bebés perdidos, los amantes perdidos, los yoes perdidos, traerlos de entre los muertos, reunirlos en una especie de cielo en la tierra”. Pág.48.
    b.- El cerebro “hormiguero”. Págs.110-111. “el cerebro de un hormiguero es el hormiguero. El cerebro de una colmena es la colmena. Y tenemos nuestras extraordinarias ilusiones y la locura de las multitudes...¿Se refiere a la tulipomanía?(1)
¿Por qué los bancos de peces cambian de dirección en un instante como uno solo?.¿Por qué las bandadas de aves, sin un guía vuelan en formación cambiante con mayor precisión que una compañía de ballet?. Piense en las guerras...o en las extrañas prácticas indígenas de cualquier grupo religioso...El cerebro colectivo es algo muy poderoso...son nubes de feromonas, instrucciones químicas para todo...
Y  las 112-113, que no tienen desperdicio. “llevamos a cabo pobres emulaciones del cerebro grupal...lo cual nos lleva a la política... Lo que Emerson llama el alma superior parte integrante del pensamiento ético en que se insinúa a Dios...,cuando sólo aspira a una especie de genio feromónico universal...”.
Es interesante relacionar este concepto con la “noosfera” de Teilhard de Chardin, autor muy querido de nuestro A.Priante.
(1) “Burbuja” económica que se produjo en el siglo XVII en los Países Bajos a propósito del comercio y precio de los tulipanes.
3.- El libro está construido como una entrevista con su psicoterapeuta. En otros capítulos (II y V), escribe un diario para luego enviárselo.
4.-Le encantan las citas históricas. El Lilliputstadt de Leo Singer existió de verdad. Y te doy un minuto para que pongas su nombre a Chaingang y Rumbum.
5.-Compara las dos líneas finales de la pág.78 y las cuatro primeras de la 79, con las descripciones de Sumisión o Chesil Beach que hemos leído últimamente. Creo que Doctorow es “stendhaliano”, mucho más literario y elegante. La maravillosa explicación del amor de Briony por él, págs.81,82,83
6.- El episodio de Boris Godunov para luego equipararse al Bufón Inocente, el representante genuino de lo mejor de la esencia del pueblo ruso. Tolstoi tiene un personaje similar en Guerra y Paz, el campesino que protege a Pierre tras la batalla de Borodino. Volvemos a encontrar al personaje al final de la novela en el despacho oval.Y “todos somos Simuladores..., es trabajo del cerebro...¿y qué es simular?, durante muchísimo tiempo y hasta fecha reciente, el alma...”.comienzo pág.97.
7.- La verdadera felicidad. Final de la pág.97, 98, 99...
8.-Ya al final, págs. 164,165, la reivindicación del ordenador 2.a, que he mencionado antes y su transformación en Bufón Inocente, como Briony o Willa...
9.- Es difícil en una obra mezclar broma y drama. Esta historia es muy dramática y sin embargo hay páginas en que la sonrisa es inevitable. Pienso que es algo inherente al autor judío. Este libro me recuerda al mejor Woody Allen y a la gran novela Herzog de mi muy admirado S. Bellow. Y , desde luego, es un homenaje a Mark Twain.
10.- Y, además, es una historia de amor maravillosa. De las más bonitas que recuerdo. La Briony toda luz y el infausto a su pesar Andrew.

(Espero que disfrutes mucho más del libro. César)





sábado, 19 de diciembre de 2015

EL CEREBRO DE ANDREW. E. L. Doctorw. Día 28 de enero de 2016


Critica del suplemento Babelia de "El País". 16 de octubre de 2014

La conciencia bajo sospecha

Alejándose de los escenarios históricos y colectivos, E. L. Doctorow, siempre al borde del riesgo, se centra en la introspección individual en una obra cautivadora y brillante



Doctorow jamás le ha importado asumir riesgos como el de escribir lo que le viene en gana aceptando que sus muchos y fieles lectores puedan acusarle de haber traicionado su estilo, de haberse salido del raíl que eligió aceptando un presunto descarrilamiento que, desde luego, no es tal. El neoyorquino, que dada la desaparición de Updike y Mailer, la jubilación voluntaria de Philip Roth y el prolífico desgaste de Joyce Carol Oates, podría estar más cerca del Nobel, se ha alejado en su última novela de sus maravillosas manipulaciones de la ficción histórica en El libro de Daniel (1971), acerca del caso Rosenberg y de la izquierda política en EE UU; Ragtime (1975), la historia de Nueva York entre 1900 y la Primera Guerra Mundial (con Freud, JP Morgan y Houdini colándose en su imaginación), o La gran marcha(2005), que recrea la operación militar del general Sherman en las postrimerías de la guerra civil americana.
En El cerebro de Andrew abandona el escenario histórico y se centra en la conciencia humana en estos tiempos revueltos de paranoias e incertidumbres, esto es, prefiere la introspección individual a la prospección colectiva. Tiene por lo menos un precedente en su novela coral La ciudad de Dios (2000), otro ejercicio singular de reflexión espiritual, un punto alegórico y absurdo pero ahíto de creatividad pese a verse ciertamente alejado de tentaciones comerciales, pero no cabe la menor duda de que constituye un punto de inflexión en su exigente e impecable trayectoria. Doctorow se expone con un tratamiento que alguien tildará de abstruso porque combina psicología, metafísica y altas dosis de especulación acerca de la confusión del simulacro, la conciencia bajo sospecha y la deleble demarcación que separa la memoria inventada de una realidad engañosa. Y Doctorow se arriesga con una técnica mixta dominada por el monólogo confesional, un poco a la manera de Lolita, de El guardián entre el centeno, de Roth en El mal de Portnoy, de Tabucchi en Se está haciendo demasiado tarde o de Memoria deelefante, de Lobo Antunes, y afinada con la conflictiva conciencia dubitativa y el desvalimiento de la fracasada identidad del protagonista, que tal vez a algún lector le recuerde El hombreduplicado, de Saramago, y que es probable que al propio Doctorow le recuerde a Moses Herzog del maestro Saul Bellow. De ambos desafíos sale más que airoso porque escribe como pocos y porque sólo publica cuando cree valioso lo que escribe. Roth sintetizó y trascendió su narrativa acostumbrada desde Everyman (2006), atenuando su sarcasmo y refugiándose en la meditación disfrazada de ficción; Auster escribió toda una alegoría de la creación para connaisseurs,Viajes por el Scriptorium (2006), espléndida pero extraña obra conceptual que sucedió sin ambages a una novela “para todos los públicos” y fuerza comercial como Brooklyn Follies (2005), que sí era un Auster químicamente puro. Doctorow tampoco se aferra a fórmulas convencionales de autor-marca y escribe sin ataduras a su propio estilo.

La conciencia de Zeno, de Italo Svevo, sin diván ni psicoanálisis militante, pero con un posible psiquiatra destinatario del monólogo de Andrew, que interrumpe aquí y allí para tratar de que las digresiones cesen y vuelva la trama al redil, deviene La conciencia de Andrew. Una novela fuertemente verbal y retórica, en la que el discurso apenas interrumpido, enmarañado y ambiguo parece redimir a su protagonista a la vez que desconcierta felizmente a un lector que disfruta transitando el laberinto mental del científico cognitivo Andrew, atrapado en un lugar ignoto entre incontables espejos que reflejan su conciencia convirtiéndola en un caleidoscopio. Andrew no es un narrador fiable, es un mistificador, un embaucador. Habla para reencontrarse, perdido como está en los entresijos de su mente. Explica que su joven esposa Briony murió, que su bebé huérfano lo condenó a un malestar imperecedero, que el marido de su exmujer Martha lo perturba, que se implicó en asuntos de Estado. Regresa a esos mismos traumas, no alcanza a dejar de sentirse culpable, actúa de funámbulo entre la verdad y la ficción. El lector piensa en la prevalencia del discurso sobre la historia, en que el protagonista hace tiempo que ha dejado de ser Andrew y ha pasado a ser el cerebro humano y su distópico paisaje de encrucijadas y enigmas. Y entonces se pierde en su discurso renqueante y tramposo, desasosegante y seductor a partes iguales, como la novela en sí, que a algunos les parecerá demasiado abierta o falsaria, y otros, en cambio, aplaudirán su densidad y su congruente extravagancia. En cualquier caso es psíquica, conjetural, cautivadora, brillante. Tantalizing, diría Andrew.
Señor Doctorow, dígale de nuestra parte a su atormentado Andrew que se mejore, aunque su patología nos ha cautivado… tal vez porque tarde o temprano, en esta sociedad desquiciada, será también la nuestra.
El cerebro de Andrew. E. L. Doctorow. Traducción de Isabel Ferrer y Carlos Milla. Miscelánea-Roca Editorial. Barcelona, 2014. 174 páginas. 16,90 euros

LOS LIBROS MÁS QUERIDOS; O SALVADOS DE LA QUEMA; O LLEVADOS A UNA ISLA DESIERTA

César Garzón nos invitó a que cada asistente a la tertulia propusiera dos libros para hacer una lista y comentar sobre ella en la sesión de la Tertulia del día 17 de diciembre. Un libro sería el que salvaría de la quema de toda la producción de la humanidad, y otro el que se llevaría a una isla desierta. Hubo quien apuntó, además, aquel que le hubiese emocionado más. Y hubo también quien no se atrevió a elegir porque no habría sido justo dejar otros libros maravillosos fuera de la lista.




Está es la relación final. No hay una prelación por importancia. Están relacionados tal como fueron llegando. Los más citados fueron Cien años de Soledad y La Biblia. El debate fue tan animado que nos dieron las 12,30 sin darnos cuenta. Lo tuvimos que dejar porque el restaurante tenía que cerrar. Una noche inolvidable y mágica.




  1. CIEN AÑOS DE SOLEDAD. Gabriel García Márquez
  2. LA BIBLIA
  3. LOS SANTOS INOCENTES. Miguel Delibes
  4. EL CUARTETO DE ALEJANDRÍA. Lawrence Durrell
  5. RAYUELA. Julio Cotázar
  6. DON QUIJOTE. Versión de Andrés Trapiello
  7. LA PERLA. John Steinbeck
  8. 1984. George Orwell
  9. EL CALLEJÓN DE LOS MILAGROS. Naguib Mahfuz
  10. MADAME BOVARY. G. Flaubert
  11. LA CIUDAD SIN TIEMPO. Enrique Moriel
  12. MISERICORDIA. Benito Pérez Galdós
  13. LAS UVAS DE LA IRA. John Steinbeck
  14. EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO. Carson McCullers
  15. MEMORIAS DE ADRIANO. Margeritte Yourcenar
  16. SEDA Alessandro Baricco
  17. GERMINAL . Émile Zola
  18. UN AMOR DE SWAN. Marcel Proust
  19. RIMAS Y LEYENDAS. Gustavo Adolfo Becquer
  20. NADA. Carmen Laforet
  21. HISTORIA DEL SABER. Charles van Doren
  22. POEMAS. Ángel González
  23. MANUAL DE SUPERVIVENCIA
  24. EL VENDEDOR MÁS GRANDE DEL MUNDO. Agustine Og Mandino
  25. MARTÍN FIERRO.  José Hernández 
  26. INTEMPÈRIE. Joaquín Carrasco
  27. MI PEQUEÑA PLANTA DE LIMA. José Mauro de Vasconcelos
  28. EL ALQUIMISTA. Paulo Coelho
  29. LA METAMORFOSIS. Franz Kafka
  30. VEINTICUATRO HORAS EN LA VIDA DE UNA MUJER. Stefan Zweig
  31. ENSAYOS. Michel de Montaigne
  32. MARTES CON MI VIEJO PROFESOR. Mitch Albom
  33. ROBINSON CRUSOE. Daniel Defoe
  34. LAS AVENTURAS DE HUCKLEBERRY FINN. Mark Twain
  35. EL TESTAMENTO DE MARÍA. Colm Tóibín
  36. EL HOMBRE QUE AMABA LOS PERROS. Leonardo Padura. 


Durante la Tertulia se habló de salvar los clásicos: ILIADA, ODISEA, SHAKESPEARE, DOVSTOIESKI, TOLSTOI, STHENDAL DICKENS, CLARÍN, PLA, ESPRIU  y muchos más.

viernes, 18 de diciembre de 2015

CHESIL BEACH. Ian McEwan. 26 de noviembre de 2015

Chesil Beach
Jueves 26 de noviembre

Presentado por Ghislaine 

Ian McEwan (67 años)

(ver entrevista en Babelia 1252 del sábado 21/11/15 coincidiendo con la publicación de “La ley del menor” en Anagrama. Anterior entrada de este blog)

Junto con Julain Barnes (El loro de Flaubert), Martin Amis (El libro de Raquel), Salman Rushdie (Hijos de la medianoche), Kazuo Ishigoro  (Lo que queda del día) y Kureishi (El buda de los suburbios) forma parte de los autores del boom de los años 80 y que el editor de Anagrama Jorge Herralde bautizó como el British Dream Team.

De la entrevista:

“La felicidad es escribir a solas todo el día sabiendo que disfrutarás de una compañía agradable al caer la noche”

Caminar es una manera de estar exactamente donde estás, lleno de placer en el momento inmediato”
“…andar en un paisaje con dos copas de vino tinto te hace sentir que el mundo es tu salón”

Sobre su madre y su influencia: “tenía una imaginación prodigiosa para el desastre”

Edad: “Cuando aprendes a vivir, cuando le coges el truco, tienes que hacer el check-out. Toda una serie de signos menores, como un dolor de espalda hasta la pérdida de pelo están ahí recordándote que hay una bala que va hacia ti y no vas a esquivarla. Así que más vale utilizar bien ese tiempo que te queda”

Chesil Beach

Edward y Florence se acaban de casar esta misma mañana y ahora están cenando en el hotel en el que pasarán la noche de bodas, delante de la playa de Chesil, frente al canal de la Mancha.
Estamos a principios de los años 60 y para ellos todo es desconocido, los dos son vírgenes i la noche, como el resto de la vida que han prometido pasar juntos, se presenta llena de expectativas, miedos e inseguridades.

Algunos temas que surgieron durante la tertulia:

- La época (años 60 en Inglaterra):
UK pierde su imperio, estamos en guerra fría, empiezan los movimientos antinucleares y la píldora apenas era una leyenda que venía de América (p.50)

¿Cómo afecta a los personajes?

Los personajes viven en un tiempo al que no pertenecen o no quieren pertenecer (contemporáneos anacrónicos).

Se sitúan en un pliegue de la historia: No comprenden del todo las normas  puritanas de la Inglaterra  de esa época pero tampoco comprenden los cambios que se avecinan.

- La falta de comunicación:
Son personajes marcados por la ignorancia ( incapacidad para leer los signos)
Aunque aparecen algunos apuntes íntimos, son personajes que tienen poca relación con su mundo interior.
Han interiorizado unos códigos por los modelos de vida en que han sido educados.
¿Por qué se acogen a las normas con tanta docilidad?
Las normas eran iguales para todos. Lo que parecía una imposición, se va convirtiendo a lo largo de la novela en una coartada. Su inmadurez no se puede extrapolar al resto de la sociedad.

El punto de vista de la novela va evolucionando hacia una perspectiva cada vez más íntima.

Es una novela del DESPERTAR. No tienen más remedio que enfrentarse a una situación y extraer unas consecuencias. Se ven obligados a reflexionar.

El sexo
El autor recuerda que hay personas que pertenecen a sus mismos ambientes que han solucionado su vida sexual de otro modo o sea que la influencia de la presión exterior no parece ser tan grande.
El asco de Florence: p. 17, 38 (la lengua, cuando se besaron, signos), p.101 (una quería…otra)…
Del te adoraré con mi cuerpo al “mejor decir que estaba asustada a reconocer aversión o vergüenza”
“La crencia de los padres de la época de que podían robarles la virginidad y desaparecer”

Diferencias entre los personajes:

Es una novela irónica. Plantea con casi todo una relación en espejo: clases sociales diferentes, música diferente, padres diferentes, educación…
¿pero qué se interponía? … poca cosa en definitiva (p.109)

… porque las cosas podrían haber sido de otra manera

Gustos musicales:
Edward: John Mayall, Alexis Korner, Brian Knight…
Florence: Beethoven, Schuman, Brahms, Bartok, Britten…

IAN McEWAN. El provocador Jubilado

Babelia 13 de octubre de 2015

Se ha hecho mayor, qué duda cabe. En los años setenta, Ian McEwan era el joven rebelde que escandalizaba a la impertérrita literatura inglesa con su debut Primer amor, últimos ritos, esa colección de ficciones sobre psicópatas e incestos. Con el tiempo, se disfrazó de amante demente en Amor perdurable, sacó de paseo a los sabuesos violadores de Los perros negros y se pasó 30 páginas descuartizando un cadáver para El inocente. Una perita en dulce, vaya.
Pero quien busque a ese obseso del morbo y la lascivia, no lo encontrará en La ley del menor. El Ian McEwan de hoy es un elegante caballero que reflexiona sin amenazar, sentado en un sillón de su club, con un escocés en la mesita.
La protagonista de esta historia, la jueza de familia Fiona Maye, no vive entre psicóticos peligrosos, sino entre sesudos códigos legales. No atiende casos penales, sino conflictos interculturales. Y su principal problema íntimo es precisamente la ausencia de intimidad. O, ya puestos, de cualquier emoción. Fiona está a punto de llegar a los 60 y dedica toda su energía a su trabajo. No ha tenido hijos. Su matrimonio naufraga en la rutina. Al comenzar la novela, su esposo le anuncia que desea tener una aventura con una jovencita, porque ya no puede más de aburrimiento.
La Razón siempre ha obsesionado a McEwan. Prefiere de protagonistas a intelectuales capaces de poner orden en el caos de la biología cerebral (Sábado), el medio ambiente (Solar) o las intrigas políticas (Operación Dulce), tipos brillantes y esclavos de su propia inteligencia. Fiona Maye mantiene la línea. En su historia, la Razón se enfrenta a la Fe.
Mientras su matrimonio se hunde, el juzgado de Fiona recibe el caso de un adolescente testigo de Jehová que padece leucemia y necesita una transfusión urgente. Pero el chico, debido a sus creencias religiosas, se niega a recibir la sangre. Le toca a la jueza decidir si los médicos deben inyectarle la vida contra su voluntad, es decir, si una persona tiene derecho a morir por sus convicciones o si el Estado puede forzarla a actuar racionalmente.

Como un veneno, a lo largo de su carrera, los temas de McEwan han ido atravesando la epidermis y acercándose al cerebro. Lo mismo ha ocurrido con su prosa. Ciertamente, a este autor nunca le ha interesado la pirotecnia. No le atrae el divertido virtuosismo de su compañero de generación Martin Amis, capaz de colocar 12 seudónimos de “pene” en la misma frase. Tampoco tiene la imaginación de Kazuo Ishiguro, que se mueve con la misma soltura en la ciencia ficción o en un cuento de hadas. Lo de McEwan siempre ha sido realismo directo y austero, sin experimentos. Aun así, en sus primeros trabajos, McEwan ponía el acento en la tensión narrativa. Algo terrible siempre estaba a punto de ocurrir. Alguien iba a sacar una navaja para cortarle las bragas a alguien. En cambio, conforme se adentra en el siglo XXI, su estilo va regresando al XIX.
La escritura de La ley del menor consiste en una larga enumeración de detalles sobre la Administración de justicia en Reino Unido, la habitación del hospital, el mueble bar de Fiona o los horarios de los funcionarios. La exposición puede volverse exasperante, quizá porque McEwan trata de hacernos vestir el traje gris de su protagonista, o quizá simplemente porque ya no le interesa escandalizar. Se ha jubilado como provocador para asumir el papel de conciencia moral de su sociedad, igual que uno deja de ser un alegre soltero y empieza a llenar la declaración de la renta.
Y sin embargo, aunque ya no lleve un cuchillo entre los dientes, McEwan se mantiene fiel a sus esencias. Si en el siglo XX el tabú era el sexo o la historia oculta de Occidente, hoy el tabú es la Fe: esa pulsión ilógica que hace a la gente actuar de modo extraño… O poner bombas.
La Europa de hoy es Fiona Maye, esa funcionaria racional que cumple todas las normas, pero se siente insatisfecha consigo misma, se enfrenta a gente que no entiende y se pregunta si sus herramientas conceptuales bastarán para sobrevivir. Con su historia, Ian McEwan vuelve a meter el dedo en la llaga y retiene el título de gran explorador de nuestros miedos.

La ley del menor. Ian McEwan. Traducción de Jaime Zulaika. Anagrama. Barcelona, 2015. 216 páginas. 17,90 euros