Comentario en la tertulia literaria sobre un ensayo de
Stefan Zweig: "Castellio contra Calvino" o "Conciencia contra
violencia".
Ed. Acantilado.
Ed. Acantilado.
Hace poco, en nuestra tertulia
decidimos con muy buen criterio, abrirnos a otros tipos de lectura y otros géneros
que no fueran exclusivamente la novela. Intuyendo la calidad que iba a
encontrar en "Castellio contra Calvino", pues en aquel momento lo
estaba empezando, me decidí a proponeros este ensayo que recomiendo a todos los
que deseeis conectar de nuevo con los valores humanistas defendidos sin
estereotipos ni frases políticamente correctas carentes de sinceridad y de
sensibilidad.
Es un ensayo cuyo tema está indicado en el propio título: "conciencia contra violencia" y es un texto absolutamente personal, surgido de la libre expresión de un pensador, de alguien que ha vivido y que se ha detenido a reflexionar largamente sobre el comportamiento humano. Aunque está claro que no nos hallamos ante una novela, algunos capítulos me han estremecido tanto o más que una historia de ficción. El relato de lo acontecido a Servet es realmente angustioso y la respuesta de Castellio, comentada por Zweig, con párrafos originales entrecomillados, me han resultado muy emotivos y me han puesto literalmente, los pelillos de punta.
Es un ensayo cuyo tema está indicado en el propio título: "conciencia contra violencia" y es un texto absolutamente personal, surgido de la libre expresión de un pensador, de alguien que ha vivido y que se ha detenido a reflexionar largamente sobre el comportamiento humano. Aunque está claro que no nos hallamos ante una novela, algunos capítulos me han estremecido tanto o más que una historia de ficción. El relato de lo acontecido a Servet es realmente angustioso y la respuesta de Castellio, comentada por Zweig, con párrafos originales entrecomillados, me han resultado muy emotivos y me han puesto literalmente, los pelillos de punta.
Puede que a algunos os haya
parecido poco científico, muy pasional y subjetivo e incluso en algún momento
algo tedioso pues ciertamente es repetitivo. Podrían eliminarse unas 50 páginas
y su mensaje quedaría intacto. Pero este humanista está tan convencido de la
idea que defiende: el derecho a la libertad de pensamiento y de opinión y su
oposición a la intolerancia y a los regímenes totalitarios, que no se cansa de
repetirla, eso sí, con argumentos y frases diferentes, pero siempre, y ahí es
donde se demuestra su calidad, de una forma lúcida y argumentada y con un
estilo culto y elegante, además de totalmente entendible.
Para explicar el principio de la
libertad de conciencia y como ésta es vulnerada sistemáticamente a lo largo y
ancho del planeta por aquellos extremistas ansiosos de poder, incapaces de
respetar y tolerar otras formas de pensar, el autor se ha servido de una
personalidad concreta: Calvino, quien instauró la Reforma protestante en
Ginebra a mediados del siglo XVI y que luego extendió a otros ciudades e
incluso otros países.
Se sirve también de un hecho
puntual en su siniestra historia: el encarcelamiento y ejecución de Miguel
Servet, hombre impulsivo, provocador y apasionado que se atreve a contradecir
algunos principios calvinistas, por lo que es perseguido y finalmente
encarcelado y asesinado de forma atroz. Por último, la respuesta racional, y
sobre todo valiente de un humanista Castellio, que ya no puede callar ante la
injusticia y la tiranía ejercida por el fundamentalista Calvino.
La imposición ideológica cuando
está institucionalizada y se ejerce desde el poder a través de todo tipo de
coacción y violencia, es tan antigua como el propio orden social. No recuerdo
donde, leí lo siguiente: "si alguna vez existiera en la Tierra, un solo credo,
una sola ideología, una única religión, al poco tiempo se habría escindido como
mínimo en dos facciones antagónicas que estarían luchando por imponerse la una
sobre las otras".
Para nuestra forma de pensar o,
para mi forma de pensar, que Miquel Servet y tantos otros, fueran ejecutados
por interpretar aspectos de La Biblia de forma diferente, me resulta
incomprensible, pero si aceptamos que en el trasfondo de cualquier ideología,
en este caso religiosa, se hallan casi siempre motivos económicos y, más aún,
una necesidad irracional de poder por parte de los que se sienten en posesión
de la Verdad más absoluta, pues creen recibirla directamente de “Dios”, se
comprende que intenten imponerse y ataquen a los que disienten y no se someten,
si es preciso de forma violenta, pues solamente ellos son los elegidos, los transmisores
y ejecutores del mandato divino.
La condición para impulsar y
extender la Idea es la dedicación en cuerpo y alma a la “causa” y la no
aceptación de ninguna fisura ni cambio alguno en la ortodoxia. Para ello, el
dictador precisa de un grupo de apoyo, y, unos de buena fe, y otros porque han
sido beneficiados de alguna manera, acaban formando un grupo férreo, cerrado,
donde la primera norma es la lealtad a la Idea pero principalmente al Ideólogo.
Inicialmente se dirige a una
sociedad debilitada espiritualmente con dudas acerca de sus valores
tradicionales y predispuesta por tanto, a aceptar una ideología nueva y fuerte,
que se percibe como una opción de cambio y sobre todo, de mejora. Para que el
sistema funcione, tiene que regirse por una serie de normas y cuanto más
rígidas y difíciles de cumplir, más sensación de poder obtiene el tirano y más
perplejidad y temor genera entre los ciudadanos. Cuando la ciudadanía empieza a darse cuenta de
su error, el miedo a los castigos que les son infringidos por incumplir los
rígidos preceptos ya los ha paralizado y
ha acabado por destruir sus principios éticos más básicos.(tema de las
denuncias etc)
En cuanto surgen las primeras
disensiones, hay que atajarlas como sea y la espiral de violencia no tiene fin.
Cuando se han sobrepasado ciertos límites, ya solo queda el horror. El temor
del dictador a perder el liderazgo, y más aún, el temor a las represalias si su
situación se debilita, da lugar a unos seres paranoicos que ven conspiraciones
en todas partes lo que les lleva a represiones brutales, no solo contra los que
han osado enfrentarse abiertamente, sino también contra los que callan y hasta
contra los indiferentes. Pero, frente a los gobiernos totalitarios del terror
siempre acaban por aparecer otras voces, individuales o colectivas que se
rebelan aún a costa de su propia seguridad.
Al menos, es lo que cree el autor
cuando en el último capítulo nos deja esos párrafos esperanzadores: "El
espíritu de la evolución sabe siempre servir a sus secretos fines: el eterno
progreso toma de todo sistema, únicamente lo provechoso y arroja tras de sí
todo aquello que paraliza. Las dictaduras, en el gran proyecto de la Humanidad,
suponen solamente una corrección a corto plazo y lo que de modo reaccionario
pretende paralizar el ritmo de la vida, tras un breve retroceso, en realidad no
hace más que impulsarlo aun con mayor energía."
En nuestra cultura, con todos sus
maravillosos logros hay otra forma de imposición, no física, no explícita, pero
muy intrusiva que intenta imponernos un sistema alienante que nos aleja de
nuestros logros más importantes como seres humanos
pensantes. Cada vez más, cuestionamos solamente aquello que nos dicen que debemos cuestionar y cómo debemos cuestionarlo. Nos apabullan de información, pero estamos perdiendo la capacidad de discernir. Dependemos de un sistema de redes sociales que nos aprueba o rechaza mediante absurdos emoticones sin mediar argumentación alguna. Manipulan nuestra forma de pensar y de actuar pues poseen millones de datos sobre nuestras supuestas libres elecciones y, de tal forma nos conocen, que los nuevos totalitarismos no necesitan violentarnos, simplemente con nuestra ignorante aquiescencia, nos inducen a pensar, sentir y actuar en la forma que mejor les conviene.
pensantes. Cada vez más, cuestionamos solamente aquello que nos dicen que debemos cuestionar y cómo debemos cuestionarlo. Nos apabullan de información, pero estamos perdiendo la capacidad de discernir. Dependemos de un sistema de redes sociales que nos aprueba o rechaza mediante absurdos emoticones sin mediar argumentación alguna. Manipulan nuestra forma de pensar y de actuar pues poseen millones de datos sobre nuestras supuestas libres elecciones y, de tal forma nos conocen, que los nuevos totalitarismos no necesitan violentarnos, simplemente con nuestra ignorante aquiescencia, nos inducen a pensar, sentir y actuar en la forma que mejor les conviene.
En
este progreso imparable del Proyecto Humano que decía Zweig me parece que nos
estamos alejando, sin apenas darnos cuenta, de las cosas fundamentales: el
sentido crítico, el razonamiento, el debate argumentado y serio, el sentido
común, todas aquellas cualidades esencialmente humanas que tanto nos costaron
adquirir y que ahora quizá nos tocaría, si es posible, defender, como hizo
Castellio en su momento.
Breve
biografía de Stefan Zweig (extraída de “El suicidio considerado como una obra
de arte” de A. Priante.
Nace en Viena el 28 de noviembre de 1881 en el seno
de una familia judía dedicada a la industria. El hecho de ser de origen judío
no fue para él , durante casi toda su vida, más que un dato histórico-cultural
de interés relativo. Fue en sus últimos años cuando ese dato se convirtió en
culpa. Para él y para millones de europeos.
Pero el
principio de su vida no pudo ser más dichoso. Zweig perteneció al escasísimo
número de seres humanos que pueden abandonarse sin ningún obstáculo, -familiar, social o económico-
a la clase de vida que su naturaleza les pide. Una clase de vida, además que es
quizá la más noble y agradecida de cuantas uno se pueda imaginar, el cultivo
del arte y de la cultura.
Eran tan
grandes sus deseos de ser y de saber que, de adolescente, no tenía ni idea de
la rama concreta que había de estudiar. Se decidió por la filosofía,
seguramente porque le pareció una materia lo suficientemente abstracta y
humanística como para permitirle el acceso a mundos y formas de pensar
interesantes que intuía existían. Apenas asistió a clase. Se licenció y
continuó entregado al estudio de la cultura universal y a la creación poética
que era lo que por entonces le absorbía. Y empezó a viajar.
Viajar fue una
de sus grandes aficiones. Zweig era lo
que por aquel entonces se llamaba un “cosmopolita”. Viajó por casi todo el
mundo, pero en el país donde pasó más largas temporadas fuera de su Austria
natal, fue en Francia. París era para él, el mundo de la luz, de la cultura, de
la alegría, de la eterna juventud como tristemente había de recordar, cuando
años después escribiese sus memorias en América, mientras la bandera de la cruz
gamada colgaba de la Torre Eiffel.
Pero en su
juventud eran tiempos dichosos y recién acabada la carrera se instala en
Francia y allí profundiza en la poesía de última hornada totalmente desconocida
en Viena. La poesía es su interés principal en aquel tiempo y en 1901 publica
un libro de poemas “Cuerdas de plata”.
Pero entre sus
múltiples y variados intereses no es el de la poesía el que finalmente se
impondrá. Su gran curiosidad se va concentrando en torno a uno de los fenómenos
más extraños de la Naturaleza: el ser humano. Y esta afición a desentrañar los
misterios, a descubrir las claves de la conducta humana, le llevará a cultivar
un tipo de literatura muy característica, donde lo psicológico juega un papel
fundamental sin oscurecer la gracia y el talento de su escritura.
Zweig escribe
su primera novela hacia 1910, y con ella, a los 29 años se revela como un
maestro de la introspección de los personajes y en el trazado de las sensaciones,
las dudas, los temores de los seres humanos que pueblan sus relatos. Se titula
“Ardiente secreto”. A esta seguirán muchas otras bien conocidas por todos
nosotros y que luego mencionaré.
En 1914 el
mundo alegre y confiado que era Europa y no solo la idílica Austria imperial,
estalla de repente. Un extraño fervor, desconocido hasta entonces, surge de las
cancillerías y se propaga por las calles y plazas de pueblos y ciudades: el
patriotismo combativo. De repente ciudadanos de Europa que compartían los mismos
gustos, la misma cultura, la misma historia, ciudadanos que atravesaban
fronteras comunes sin pasaporte ni DNI, se vieron divididos. Eran enemigos.
A diferencia de
otros muchos intelectuales y artistas seducidos por las marchas militares y la
poesía épica de sus pueblos respectivos, Zweig no tardó en denunciar la locura
de la guerra. Fue movilizado pero consiguió que lo destinaran a un archivo militar.
A la primera oportunidad huyó a Suiza, donde, en contacto con otros
intelectuales, luchó activamente por la paz. Allá mismo estrenó su drama “Jeremias”,
enérgico alegato antibelicista.
Terminada la
contienda y con ella aquel maravilloso mundo feliz, el mapa de Europa en 1919
no tenía nada que ver con el de antes.
Los imperios centrales no existían y en su lugar empezaron a dibujarse nuevos
contornos con sus propios nacionalismos que pronto serian aplastados por otros nacionalismos más
poderosos y contundentes. Y es que los vencedores de aquella guerra fracasaron
vergonzosamente en la paz. Las condiciones que impusieron a los vencidos fueron
el caldo de cultivo donde se incubó la segunda gran guerra.
Pero de momento
en Europa había concluido la locura fratricida y S. Zweig se instaló en un
pequeño castillo de las afueras de Salzsburgo, dispuesto a seguir la tarea
creadora. La creación fue esplendida. Sin
renunciar a sus viajes y a una vida social bastante intensa, el retiro
en Salzburgo donde permaneció con su esposa durante 15 años, supuso su más
intenso trabajo literario y su afianzamiento como uno de los autores más leídos
y traducidos de Europa y América.
Títulos como
Carta de una desconocida, 24 horas de la vida de una mujer, Amok, Los ojos del
hermano eterno, La impaciencia del corazón , Noche fantástica, etc. ocuparon en
pocos años todas las librerías del mundo. Y casi lo mismo se puede decir de su
obra biográfica o histórica: Maria
Antonieta, Fouche, Momentos estelares de la humanidad, etc.
En los años 20
Austria se recupera rápidamente aunque el Imperio ha desaparecido para siempre
y lo que le sustituye es un estado de dimensiones modestas, una pequeña
república en el corazón de Europa pero en el que el arte, la ciencia, la
literatura florecieron de nuevo o continuaron su desarrollo.
Judío, amigo de
Sigmun Freud y de otros intelectuales afines, cosmopolita, con un pensamiento
ajeno por completo a cualquier tipo de alucinación racista o nacionalista y
fuertemente anclado en los valores de la cultura y la libertad, estaba claro
que S. Zweig iba a ser una de las bestias negras del nacionalsocialismo. Cuando
en 1933 Hitler se hace con el poder en Alemania, los libros de Zweig, junto con
los de otros muchos no solo se prohibieron sino que fueron quemados. En el
nuevo orden no cabía la literatura libre, ni el pensamiento libre, ni nada
libre.
Todo ello
decidió a nuestro autor a hacer las maletas y trasladarse a Londres. Su esposa
no le siguió. Como tantos austriacos no compartía el pesimismo del marido. Pasó
muy poco tiempo para que los hechos le dieran la razón. En 1938 Alemania se
anexionó Austria. Los viajes esporádicos que realizaba Zweig para visitar
parientes y amigos se acabaron. Se había convertido en un apátrida. El resto de
su tiempo lo pasó en Londres y en America del Norte y del Sur donde finalmente
se instaló en la ciudad brasileña de Petrópolis. Allí seguía escribiendo,
seguía comunicándose, pero cada vez era todo más difícil.
Si consiguió
recuperarse de la primera Guerra, para la segunda no le quedaban mecanismos de
defensa. El 23 de febrero de 1942 fueron hallados los cuerpos sin vida de
Stefan y de su 2ª esposa Lotte en su casa de Brasil. Fue un suicidio en pareja.
Los bárbaros habían arrasado la Tierra pisoteando toda brizna de humanidad y de
esperanza.
Eugenia Cisneros