A raíz de
la presentación de “El silencio de Goethe o la última noche de
Arthur Shopenhauer” que tuvo lugar el pasado 13 de octubre en
Llibrería Documenta y a la que asistimos con cariño algunos de
nosotros, he revisado mis notas sobre una breve presentación, que a
su vez hicimos en nuestra tertulia, la noche que tuvimos el placer de
comentar esta interesante novela:
“Lo
primero que se me ocurre cuando termino “El silencio de Goethe”
es si estamos ante una novela sobre los últimos dias del filósofo
Arthur Schopenhauer o bien ante un ensayo divulgativo del pensamiento
de este filósofo. La segunda cuestión que me planteo es donde acaba
la voz de Schopenhauer y empieza la voz de Priante ya que ambas se
entremezclan con tanto acierto que nos cuesta discernir entre ficción
y filosofía. Evidentemente en las últimas 20 páginas la narración
cede terreno al conocimiento con la intención de aproximar al lector
a la obra de este gran pensador y de su teoría filosófica.
Es
un libro fácil de entender, pero no fácil de leer si se quiere
captar la esencia de conocimiento compendiada en estas 140 páginas y
por tanto requiere, o una lectura lenta y reflexiva de cada linea, o
una doble o triple lectura.
Que
es una novela, no cabe duda, y supongo que ahí es donde se encuentra
mayoritariamente el trabajo de Priante. El relato del filósofo
hablando consigo mismo o con su perro Butz haciendo balance de su
vida ahora que empieza a vislumbrar que está llegando el final,
resulta interesante, divertido, elegante. Conocemos el carácter y la
personalidad de Schopenhauer a través de estas conversaciones y nos
resulta tan creíble que nos parece que es el propio filósofo el que
está hablando y que el novelista se ha limitado a recomponer las
notas de algún diario secreto del mismísimo Arthur y lo ha
utilizado para fantasear sobre este sesudo personaje tan de carne y
hueso.
Las
características de su personalidad se muestran de forma mucho más
vehemente en la juventud y no son ciertamente demasiado halagüeñas.
Nos parece un hombre egoísta, inmaduro emocional, mesiánico,
prepotente. Nadie está a su altura, él es el único poseedor de la
verdad absoluta, aquella que nace del genio creador que solamente
poseen determinadas personas gracias a su intelecto y también a
unas circunstancias especiales, ya que el genio para desarrollarse ha
de estar libre de ataduras materiales y emocionales.
En
ningún momento se cuestiona a si mismo la importancia o la validez
de su razonamiento. Llega al final de su vida viviendo en una soledad
sinceramente buscada y aceptada, sintiéndose razonablemente
satisfecho consigo mismo. Mantiene hasta el final, y. con los ánimos
ya calmados como corresponde a su edad, una visión pesimista del
mundo así como la permanente e inquebrantable determinación de la
voluntad que perpetua la necesidad de continuar a costa de lo que sea
y cuya única forma de liberación se halla, momentáneamente en el
arte, y de forma irrevocable en algunas almas cuando alcanzan un
estado sublime de separación de lo real y lo terrenal.
De
su desprecio no se salva nadie pero el principal objeto del mismo son
los intelectuales: académicos, universitarios, y el grupo de
filósofos. Según sus palabras, son vulgares bípedos que se dejan
arrastrar por las corrientes de modernidad, o de patriotismo, o por
su necesidad de medrar. La relación con la madre es conflictiva y
quizá de ella deriva su misogínia. Compara el colectivo femenino
con otros subgrupos de la especie, si bien reconoce que
individualmente se pueden encontrar ejemplares válidos e incluso
excepcionales.
Con
todos estos antecedentes nos podría parecer un hombre antipático y
desagradable, sin embargo, la maestría del escritor hace que nos
parezca simplemente humano, sujeto a las mismas tribulaciones y las
mismas pasiones que cualquier mortal. La especial relación con la
madre le mantiene en un prolongado estado de inmadurez. La figura del
padre, a veces incluso confundida con la de Goethe, es valorado como
progenitor, cabeza de familia, buen gestor en su ámbito, hombre
admirado y querido. Pero por encima de todos, el poeta Goethe, único
pensador con el que mantendrá durante toda su vida una infantil y
frustrante dependencia emocional al no conseguir una opinión
aduladora de toda su obra y principalmente de “El mundo como
voluntad y representación”, aunque esta frustración, según
palabras del propio Antonio, responde más a la imaginación del
autor y al leit motiv de la novela que a fuentes documentales
veraces.