jueves, 22 de mayo de 2014

GABRIEL JOSIPOVICI

Sobre “Moo Pak” de Gabriel Josipovici

Moo Pak* pasará a la historia (ese espacio en la historia que ocupan las grandes chorradas) como la novela en que servidor marcó, señaló o subrayó las citas más extensas. No hablo de las habituales citas de cuatro, cinco o seis líneas, sino de veinte, treinta o en algún caso concreto (y ateniéndonos exclusivamente a la versión digital en que fue leída) páginas enteras, esto es, quinientas, seiscientas palabras. Una locura. Una locura entre otras cosas porque a medida que iba leyendo y señalando me iba planteando también la reseña y me daba cuenta de que aquello se tornaba inviable y si ya por lo general soy reacio a meter citas en las reseñas, ni les cuento lo que pienso de meter eternidades como las planteadas. Resumiendo, que existe la tentación de llenar esto de citas. Voy a resistirme en la medida de lo posible, pero alguna (!) será inevitable. 


Moo Pak 

Moo Pak es un libro (en apariencia) muy sencillo. En él, dos hombres pasean mientras uno de ellos habla. Trepidante, ya ven. Pues así doscientas páginas. El más charlatán (por llamarlo de alguna manera) de los dos es un escritor suponemos que consagrado, por lo que la mitad de las cosas que cuenta tienen que ver con la literatura, que es en lo que piensan los escritores cuando no están escribiendo. Cosas que tienen que ver, por ejemplo, con ser escritor (¡tachán!), con las razones que mueven a los escritores a escribir ergo las razones que lo mueven a él, razones que voy a suponer, al menos en parte, universales. “Empecé a escribir, dijo, para poner orden en mi cabeza. No porque tuviera «algo que decir» o porque quisiera crear objetos bellos o contar historias bellas, sino simple y llanamente porque quería poner orden en mi cabeza y evitar volverme loco. […] Escribo para librarme de la imaginación, no para satisfacerla.” Razones, razones, razones. Y en la adicción (de la escritura, así planteada, sólo pueden naceryonkis), la incomprensión: los críticos son esos señores tan feos que jamás podrán comprender lo que es escribir porque para ellos una novela expone ideas o revela lo que ellos llaman las honduras del sufrimiento humano o los transporta a territorios mágicos y Josipivici, perdón, el protagonista, no tiene el menor interés en poner su corazón al desnudo. Y blablablá, blablablá. 

Lo que me ha gustado de Moo Pak, por encima del tema de su discurso, es el tono. Es el mismo tono, o parecido, que encontré en “Stoner” de John Williams o en “Ciudad abierta” de Teju Cole. El tono sereno y reflexivo como invitación a la lectura sosegada de una reflexión sobre la importancia y vigencia de gente como Swift (y su genio apagándose en Moor Park, clave fundamental de la novela, que me niego a desvelar), Rabelais, Dante, Kafka, Proust, de todos esos hombres que, dice, necesitamos para que nos recuerden qué significa ser en verdad nosotros mismos, para que nos ayuden en nuestra flaqueza y fragilidad, para que les recuerden, a ellos, a los escritores (verdaderos destinatarios de esta novela), que existen posibilidades y que el trabajo duro y el despliegue de energías sí tienen su recompensa, aunque en el fondo sepamos (también él lo sabe) que no es del todo así, no siempre, al menos, (casi nunca, en realidad) pero tonto el que no se consuele: “La mayor parte de los artistas […] suponen un obstáculo, nos despistan, nos aporrean con su ruido y luego nos dejan [a los lectores] sin nada, sin menos que nada.” Sí: Moo Pak también es la última línea de defensa de la mediocridad: “No sé por qué empecé y no sé por qué sigo. Solo sé que me encuentro mucho peor cuando no escribo que cuando escribo. Y a veces creo, dijo, que mi cometido es demostrar qué sucede cuando se tiene la necesidad de escribir pero no el talento o los conocimientos o la experiencia, cuando uno carece de las aptitudes pero la necesidad no decae.” 

Muy bonito, todo. Precioso. Babosillo y pedante a ratos, falto de humor casi siempre pero con la ternura que dan escuchar a estos señores tan mayores y tan sabios y tan de haber sabido ajustar sus biorritmos a los de la madre naturaleza. 

Y a base de dar la paliza con que Swift esto, Swift lo otro, que si Dante, que si Kafka, que si los incorruptibles Bernhard, Beckett o Pinget, lo que el protagonista (esto es, Josipovici adaptado) pretende  es meternos en el cuerpo la necesidad de volver a los clásicos como a un refugio seguro, quizá para demostrar que no se puede matar lo que no se puede morir. 

“[…] es evidente que no deberíamos obsesionarnos con la confusión y el fracaso. Lo que he intentado hacer en toda mi obra y sobre todo en Moo Pak, dijo, es dramatizar la interrelación que existe entre el caos y el orden, entre la confusión y la claridad, entre el deseo de dejar que las cosas ocurran y la necesidad de controlarlas. Ceder al caos, dijo, significa renunciar por completo a la idea de arte y conocimiento; negar la confusión y el caos significa producir algo que no tiene la menor relación con lo que somos. Ahí, dijo, están la paradoja y el desafío.” 



La era de la sospecha 

Termino. No hace mucho hablábamos aquí de una novela de Lars Iyer –Magma- en la que se planteaban una serie de cuestiones literarias que años más tarde recogería y concentraría en un breve Manifiesto de libre adquisición en la red. Del mismo modo Josipovici publicará, cinco años después de Moo Pak, un libro llamado On Trust: art and Temptations of Suspicion, traducido y publicado por Turner Publicaciones como Confianza o sospecha: una pregunta sobre el oficio de escribir” (aquí un fragmento) en el que reflejará y desarrollará extensamente las inquietudes planteadas en Moo Pak

Josipovici empieza justificando el libro (del que sólo he leído fragmentos escogidos) como un intento de explicarse a sí mismo los problemas que lo han acompañado durante toda su vida de escritor. Problemas que tienen que ver con sentir, por una parte, la necesidad de escribir como algo físico, como la necesidad de respirar; y, por otra parte, con sentir que ya no es posible abordar la escritura como un oficio, por lo que se resigna a sentirla como unacomplacenciaPuede que la sociedad te pague por lo que produzcas, dice, pero las leyes del mercado no son las leyes de la academia de música: no existe un consenso, apoyado en un punto de vista común acerca de la tradición sobre qué es lo bueno

Cuestiona, Josipovici, la validez de todos los premios literarios o la inclusión de cursos de escritura creativa en los programas universitarios, porque considera que no son más que una forma de engañarse, de fingir que seguimos creyendo que el oficio de escritor es como era antaño, cuando eran llamados, los escritores, hacedores. Ahora ya nadie busca lo mismo, ergo el genio se oculta tras diferentes puertas, lo cual da, en cierto modo, validez a todos los discursos posibles. Cree que el problema de fondo es que los juicios sobre arte están siendo dictados por factores sociales y no artísticos (algo que vendría también a demostrar el que los ataques a la “mafia literaria de Londres” (también allí, sí) vengan siempre de aquellos que se sienten excluidos, algo perfectamente aplicable a nuestro particular mundillo literario). 

En este ensayo, en el que se plantea si es posible crear arte con total libertad y producir obras que trasciendan lo comercial y que, insisto, semeja una prolongación de Moo Pak (se habla con detalle de Beckett, de Proust, de Kafka, de Shakespeare, de Dante…) el autor defiende, tal como hace en la novela, la necesidad de retroceder, ir hacia los artistas de tiempos anteriores, hacia sus relaciones con el mundo y hacia sus propias tradiciones artesanales, para poder comprender qué se perdió cuando estas tradiciones dejaron de ser visibles. 

Esta información procede del Blog LA MEDICINA DE TONGOY

1 comentario:

  1. Enlazando con el tema del desengaño obsesivo de Schopenhauer por el silencio de Goethe, tenemos un interesante artículo sobre un librito “Moo Pak” del Sr. Josipovici. extraído de un blog, y que plantea las eternas cuestiones que preocupan a los escritores: la necesidad de escribir aunque se dude del propio talento; ¿donde está la frontera entre buena y mala literatura?; ¿todo acto de creación, conlleva necesariamente que sea bueno?; ¿quien dicta los cánones para premiar unas obras y no otras?; ¿porqué siempre protestan los excluidos?; el retorno a los clásicos como método para clarificar estas dudas, etc. etc, Del conjunto de reflexiones me quedo con una que en mi opinión es clave: “el tema principal de los escritores cuando no están escribiendo es la literatura”.

    A mi me sucede como a los niños, y es que ya se sabe, la ignorancia es atrevida, y como nunca he sido escritora ni me lo he propuesto jamas, todas estas incógnitas de los literatos me parecen un poco “escritocéntricas” y cuando los escritores insisten tanto en ellas creo que es únicamente..... “por el placer de volver a verlas”.

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